No creo que en el actual cuatrienio alcance a hacerse un replanteamiento integral de la educación. La reforma universitaria está quedándose en el limbo, cuando van dos años perdidos en proyectos y forcejeos estériles. En los ciclos básicos las iniciativas han sido escasas y tan discutibles como la de establecer el grado 12, con que se abre ahora el año lectivo. Y aunque es cierto que en general se ha ampliado la cobertura, las lagunas de calidad, equidad y pertinencia siguen ensanchándose en todos los niveles.
La propuesta del duodécimo grado no es del Gobierno. La hizo la Organización de Cooperación para el Desarrollo Económico y Social, Ocde, en un voluminoso análisis sobre la educación en Colombia en el cual incluye esa recomendación como la opción principal para reducir los índices de deserción universitaria.
Dice al final del documento: "Con el fin de hacer frente a la falta de preparación para la universidad de muchos colombianos, sobre todo los chicos, cuando terminan la secundaria, el gobierno debería plantearse introducir un 12° grado de escolaridad. Si esto se descarta debido al costo, el gobierno debería introducir un curso-puente entre la secundaria y la superior".
Ese curso-puente, propedéutico, ya está funcionando en varios programas exitosos entre colegios y universidades, sin necesidad de agregarle un año al itinerario. Se han establecido pasantías de orientación vocacional para undécimo y en el pregrado han venido fortaleciéndose las tutorías y la inducción y los programas básicos de humanidades y sociales.
Hacer maromas con el tiempo es un juguete de moda para gobiernos acosados por la presión de la realidad y la urgencia de alcanzar determinados estándares internacionales: Aumentar la edad de jubilación, bajar la ciudadanía de los 18 a los 16 años para castigar la delincuencia juvenil, reducir las penas y el tiempo de reclusión para descongestionar las cárceles, son alternativas impactantes (como la de adelantar la hora legal), pero que al mismo tiempo dejan en evidencia la impotencia del Estado para resolver esos problemas acuciantes sin piruetas efectistas pero inanes.
Algo similar, guardadas las proporciones, estaría pasando con la educación: Forzar a los estudiantes y las familias a un año más de estudio sería una solución de apariencia, pero no apuntaría al núcleo puro y duro del problema. Lo que se requiere es decantar, optimizar programas y métodos, desde la primaria.
La educación mejora mediante la administración inteligente del tiempo, que vuela y apremia. No es cuestión de llenarla de años, sino de llenar los años de calidad, pertinencia, utilidad para la vida, responsabilidad, disciplina.
Sobran muchísimos contenidos y materias inútiles impuestos por capricho tradicional y se descuidan otros esenciales. Por ejemplo, nunca he entendido por qué y para qué me obligaron a estudiar logaritmos.
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