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El lado mecánico de Santiago Gamboa

De su niñez, al escritor le quedó el gusto por los carros, por los más viejitos

12 de julio de 2013
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Quizá entre un buen mecánico y un buen escritor puedan existir más similitudes de las que cualquier persona pudiera pensar.

Ambos desarman y arman. El primero va pieza por pieza para encontrar un problema, acertar con un diagnóstico. El segundo también desarma, disecciona y escudriña en hechos y vidas reales o inventadas para encontrar historias. Y una vez desarmadas las piezas ambos vuelven a montar toda una estructura, o para que el carro funcione como debe ser, o el libro genere en cada lector sensaciones que lo marquen.

Y Santiago Gamboa sí que sabe de ambas. "Me gustan los carros. Eso es algo que algunas personas tenemos de niños. Yo coleccionaba carritos cuando era niño y por supuesto de eso va quedando algo en la vida adulta. Yo no tengo los medios para tener una colección de carros de adulto, pero sí me gustan los carros, es algo en lo que me fijo".

Entre tuercas
Así es, uno de los más destacados entre las más recientes generaciones de escritores colombianos, incursionó en la mecánica, y de ella derivó algunos ingresos que le permitieron pasar la vida al llegar a París, buscando ese futuro como escritor consolidado que hoy es. "Yo limpiaba carburadores, cambiaba pastillas de frenos, por ejemplo". Y cuenta la historia divertido, sin pena, y con algo de nostalgia, no por añorar volver a esos momentos, más bien como pasos que lo llevaron a sus logros de hoy. "Era una época de dificultad en París, estaba recién llegado y buscando sobrevivir, me junté con un exiliado del Eln, en realidad él era el que tenía las herramientas y la empresita, y yo era su ayudante" una labor que ejercían en las calles de la capital luz, además, con la novedad de ser mecánicos reparadores. "Una característica de los mecánicos en Europa es que son expertos en quitar una pieza e instalar otra que sacan de la caja, no reparaban. Nosotros sí reparábamos".

Pero su incursión en la mecánica no fue solo producto de la necesidad de encontrar una alternativa de ingresos. Ya de joven Santiago Gamboa dedicaba algunas horas a la tarea de desentrañar los secretos de los motores. "Con los amigos del barrio nos dábamos a la tarea y desarmábamos el motor de un viejo Land Rover de 1957, y lo volvíamos a armar. Ese era un plan de domingos todo el día. Y de ese paso por tuercas, tornillos, válvulas y mangueras, a Santiago le quedó el gusto por los carros alemanes "porque ellos construyen buenas máquinas".

Gusto retro
Pero no solo busca buenas máquinas. "Me gusta también un poco la cosa romántica, que sea un carro bonito, que sea un poquito antiguo. Por ejemplo, a mi me gustan mucho los carros de finales de los años 70 y los carros de los años 80. El modelo Peugeot 404. Hace poco estuve en Etiopía y me di cuenta que todos los modelos Peugeot 404 del mundo estaban allá. También tuve una VW Combi de los 70, y quisiera volver a tener una. O algunos BMW de esa época".

Hoy rueda en Italia, donde vive, en un Mercedes Benz A 180, modelo 2006, se trata de un carro compacto, pero amplio en su interior, cómodo y económico en combustible, dos factores que para el joven escritor son importantes.

"Tengo una casa en el campo a la que voy todos los fines de semana, entonces necesito un espacio que sea agradable porque yo me muevo mucho sobre una distancia de unos 50 kilómetros de manera permanente, entonces es fundamental que sea cómodo".

Pero también tiene claro cuáles carros no van con su forma de ser. "En Italia sí hay carros bonitos. Pero también hay unos carros en los que nunca me montaría. Como los ferraris o lamborghinis, carros que para mi gusto son demasiado visibles. Ese es un tipo de personalidad que no es la mía. Siempre que veo un Ferrari parqueado en una playa digo, bueno el tipo debe tener mucha plata, y debe tener una novia bellísima, porque en esos Ferrari siempre, por definición, debe haber una rubia despampanante. Eso sí me podría gustar, pero ni así, y además no tengo plata".

Espacio de reflexión
Uno de sus mejores momentos para manejar es solo, de noche y en recorridos largos.

"Ese para mí es el momento de más relación con el carro, y uno piensa, analiza. Es un espacio para pensar cosas, desarrollar proyectos, echar globos, es como un espacio de concentración", explica.

Una ruta como Roma-París, de unos 1.200 kilómetros la ha recorrido así, cerca de 10 veces. Recorridos que acompaña con el radio, música o escuchando noticias.

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