Quizá nunca antes como hoy, habían existido tantas y tan buenas condiciones laborales: jornadas de 8 horas, gimnasio y cafeterías en las empresas, EPS, incapacidades por enfermedad, vacaciones remuneradas, ventilación, ergonomía, y un largo etc. ¿Todo eso sí mejora las condiciones del trabajador?
Ya se lo temía Erich Fromm cuando se preguntaba: ¿vamos hacia un neofeudalismo industrial, donde los procesos económicos son liderados y manipulados por grandes y poderosas burocracias, que hacen de sus trabajadores unos autómatas bien alimentados y bien entrenados, pero que pierden su individualidad, su independencia y su humanidad?
El hecho de que más de la mitad de la humanidad viva en condiciones de miseria e iniquidad, significa que moralmente hemos fracasado porque no hemos entendido que el progreso individual se mide en paralelo con el progreso de todos los que participan en el proceso. Los valores morales no son para pegar en la cartelera de la empresa, ni para crear millonarias campañas publicitarias cuyo único fin es aumentar el capital marca. "Consuman mis productos, porque soy muy bueno".
En este siglo XXI la ética es una estrategia de marketing. Hoy, el asunto es posar de "buenos", porque eso genera rentabilidad. "Yo soy cada vez más bueno, mire todas las obras de caridad que hago (y no me importa que usted sea cada vez más pobre)". Luz en la calle y oscuridad en la casa.
Y si a eso se le suma que el objetivo del trabajo ya no es el bello ideal de sentirse útil, sino el impuesto por el mismo marketing de tener dinero para comprar, (y así aumentar la rentabilidad empresarial) porque eso da estatus, entonces el concepto de persona queda cada vez más depreciado en un tiempo donde el consumo y la cosificación nos rebajan más.
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