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El menos común de los sentidos

  • Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
    Óscar Henao Mejía | Óscar Henao Mejía
15 de julio de 2010
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Mi recuerdo llega ahora a las clases de "Manualidades", que en mis primeros años de primaria tenía con el inolvidable don Astor Arvalo.

Cómo no recordar los negocios con las cuatro monedas de níquel, que eran todo mi capital, para tener las tablitas cepilladas en la carpintería de don Gilberto Echeverri.

Cómo olvidar el primer banquito que mostraba con orgullo, y en el que prefería tomar el desayuno en la enorme cocina de mi casa en Valparaíso.

Y así, los cachos de vaca, que pulíamos con vidrios, con los que hacíamos alcancías o cantimploras, las ventas, puerta a puerta, que hacía con mi vitrina ambulante, de cortauñas, peines, llaveros, baratijas, o las cuentas con Gerardo Baena, mi otro hermano de la infancia, de las naranjas que vendíamos en la "Bomba" del pueblo.

Qué tan importante es educar para ese otro sentido, seguramente, el menos común.

Educar para lo práctico, para la invención, para encontrar con rapidez y sello de creatividad la alternativa más adecuada, la solución a los problemas y dificultades que se nos presentan en el acontecer diario, educar para el emprendimiento.

Sabemos, porque ha sido asunto de estudios científicos, que de los cinco sentidos usualmente nombrados, sólo utilizamos una reducida parte de su potencialidad.

Pero sin el sentido común, aquellos cinco no marchan, o funcionan a media marcha.

Es el "sentido común" el que amplía las posibilidades de esas capacidades de la estructura humana, que aprendimos en las primeras lecciones de biología.

Por él, si no hay martillo, sabemos que puede hacer sus veces. Él nos orienta el camino más adecuado para llegar a un lugar, a una conclusión, a la satisfacción de una necesidad, nos salva del ridículo cuando no vemos lo obvio, cuando la solución está cerca de la nariz.

Por eso la importancia de fomentar los procesos informales en la escolaridad, que potencien el desarrollo del sentido común, de la inteligencia práctica.

Menos academia y más sentido práctico, o, mejor, más conexión de los contenidos académicos con la vida.

La escolaridad formal acartona la iniciativa. Cuanto más previsto el currículo, más reducidas la creatividad, la espontaneidad y la búsqueda.

La información que nos aporta el currículo formal puede pasar de largo. Lo que no ocurre con las lecciones que nos deja el flujo del sentido común, que quedan pegadas a la piel y a la vida.

En días pasados alguien, que llegó a la Institución Educativa Benjamín Herrera, preguntó si los estudiantes no tenían clase, porque todo estaba silencioso.

Estaban rotando en el "Carrusel Ambiental" que los tenía absortos.

Ese día no tuvimos dificultad alguna de disciplina, porque estaban haciendo exhibición y alarde del menos común de los sentidos: el sentido práctico, el sentido común.

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