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EL MENSAJE

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17 de mayo de 2013
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Amable lector. Mientras los médicos encuentran el origen de mi mareo, deseo compartir una experiencia que no tengo claridad si fue real o solo un sueño.

De cualquier manera que haya sido, tuve ante mí la figura de la madre Laura, nacida en Jericó Antioquia y elevada a los altares por un hombre bueno llamado Francisco. Que dicho sea de paso, casi todos están convencidos que es el enviado de Dios, para ampliarles los límites de la conciencia.

Ella me miró con rostro adusto y me preguntó por qué no había vuelto a escribir sobre la reforma tributaria. Quise responderle pero no me dio tiempo, pues continúo hablando. En adelante su cara era más dulce y sus ojos grandes y profundos parecían tristes.

Dijo que nunca se había imaginado que con motivo de su exaltación, viniera tanta gente ni que fueran tan pedigüeños.

Muchos traían una lista como cuando van al supermercado para que no se les olvidara nada. Le impresionó que ninguno, en cambio, le ofreciera algo. Luego agregó que con tantos años de estar en el cielo se le había olvidado cómo son los mortales.

Me dijo que me había escogido para llevar un mensaje, pues a pesar de los problemas que tengo, no le he pedido nada.

Además porque estaba segura que jamás haría alarde de esta conversación. En voz baja comentó que cuando subía al cielo le pareció ver a monseñor Builes y otros prelados en el purgatorio.

Y que a propósito le preocupaba que algunos obispos, que son los verdaderos pastores, parecían ignorar que sus ovejas cada vez están más ariscas y muchas no quieren volver al redil. Insistió en decirles a los señores obispos que se acerquen más a los sacerdotes, que les ayuden, orienten y corrijan con afecto y cuando sea necesario con firmeza. Hizo mención a cuando Jesús instruyó a los apóstoles: "No llevéis oro, ni plata, ni dinero en vuestras fajas, ni alforjas para el camino, ni dos túnicas ni sandalias ni cayados".

Hablando de los sacerdotes, en general, les recomendó que prepararan con esmero la homilía dominical, pues usualmente se extienden demasiado repitiendo, mal que bien, el texto del evangelio, sin que al final quede ningún mensaje.

Y que los que quieran ser santos, basta con ser limpios de cuerpo y alma y observar la parábola de los talentos, que en lenguaje sencillo es hacer buenas obras. En la misa de difuntos deben ser más parcos al exaltar los atributos del muerto, para no causar un poco de risa entre los familiares y allegados. Como dejó de hablar, le iba a preguntar qué opinión le mereció el doctor Santos, pero había desaparecido o quizá me desperté.

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