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EL NARCOTRÁFICO Y EL FÚTBOL

  • YOHIR AKERMAN | YOHIR AKERMAN
    YOHIR AKERMAN | YOHIR AKERMAN
01 de octubre de 2012
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El fútbol de la década de los ochenta en Colombia refleja una competencia de la ambición desmedida. Una pasión donde se permitió todo para conseguir los triunfos. Para conservar la magia. Un deporte que se jugó con el talento de los oncenos, pero también con las chequeras de los narcotraficantes. Una mezcla letal. Una bomba de tiempo. Una serie de torneos donde el gran perdedor, una y otra vez, fue el país.

No hay que confundirse.

En ese fútbol ganó el más rico. El equipo que más miedo inspiró. El cartel que más les ensució las manos a los árbitros con grandes fajos de billetes. Triunfaron unos equipos a punta de engañar a sus fans . Aplaudieron unos hinchas gracias a los juegos arreglados. Ganaron América, Nacional y Millonarios. Perdió el deporte. Celebraron sus jugadores. Lloraron las familias de los perdedores asesinados.

El deporte fue sólo un síntoma, no la enfermedad. El tráfico ilícito de drogas, y los dineros manchados de sangre producto de eso, permearon todos los espacios dentro de la sociedad colombiana.

Desde el entretenimiento hasta la cultura; desde el concepto de la belleza femenina hasta la forma de mostrar el poder masculino; desde las relaciones sociales hasta el funcionamiento político; todo, absolutamente todo fue transformado por el narcotráfico.

Por eso es bienvenido el debate que abren las directivas de Millonarios al proponer devolver las estrellas obtenidas en los campeonatos de 1987 y 1988 cuando el equipo era la caja menor de Rodríguez Gacha .

¿Deberían regresar las estrellas todos los equipos que ganaron gracias a los dineros de la droga? ¿Hasta dónde debe llegar ese control social?

Cada sector debe asumir su cuota de responsabilidad en una situación que fue una vergüenza colectiva. Determinar cuál debe ser la reprimenda para recuperar cierto grado de dignidad es un ejercicio individual.

Millonarios ha mostrado un camino. Uno lleno de carácter simbólico y de valor ejemplar, donde, por primera vez en Colombia, de manera valiente alguien demuestra que aunque la ley no es retroactiva, la ética lo debe ser. Acertado.

Y eso debería ser una máxima ahora, enfrentando un complicado proceso de paz con la guerrilla y una posible amnistía de sus miembros, para que se convoque al país a una reflexión sobre un pasado que sigue siendo parte del presente y forjador de los valores del futuro.

El narcotráfico, ni su cultura, han sido superados. Y eso es una lucha contra la cultura de la trampa. De la mafia. De lo fácil e ilegal.

Un debate que va más allá de las consideraciones sociales y del orgullo deportivo de unos hinchas que celebran con unas estrellas conseguidas por medio de árbitros perseguidos, sobornos a jugadores, o dirigentes corruptos.

El deporte es la mejor manera de empezar este ejercicio individual, que debería llegar a la política, donde son varios los funcionarios, e inclusive expresidentes, que podrían, convencidos del sentido de lo correcto, declarar al país que, a sus espaldas o no, es obvio que llegaron al poder apoyados, directa o indirectamente, por los dineros del narcotráfico llamados carteles de la mafia, paramilitares o guerrilleros.

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