A partir de 1980, el premio Nobel de la Paz concedido al argentino Adolfo Pérez Esquivel le otorgó a éste notoriedad pública, pero no mayor sabiduría. Se miró en ese momento con respeto su oposición a la dictadura argentina, pero su trayectoria posterior no lo ha hecho merecedor de admiración sino en ciertos ámbitos muy afines a la izquierda radical.
En España, por ejemplo, no recuerdan con ningún agrado sus meteduras de pata cuando clamaba por concesiones y trato de favor a los terroristas de ETA.
Ahora, el pacifista despistado dice que en Colombia hay guerra porque el Estado quiere, y porque hemos padecido gobiernos autoritarios. Que venga el señor Pérez, se adentre en la selva, y observe por sí mismo "la fluidez del diálogo razonable que mantiene la guerrilla con sus cautivos amordazados".
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