La necesidad de recuperar la confianza en el euro ha vuelto a imponerse sobre los intereses políticos y las maniobras especulativas en Europa. El plan de rescate financiero aprobado el domingo para Grecia, por 110.000 millones de euros, más que un salvavidas a ese país, es un mensaje en bloque a la Unión Europea y a los organismos financieros internacionales de que la moneda común tiene quien la defienda, pero cada país de la comunidad tendrá que defenderse solo.
Es cierto que Grecia ha recargado sus tanques de oxígeno fiscal, pero las exigencias y esfuerzos contemplados en el plan de salvamento dejará a más de uno con vida artificial, dados los recortes presupuestales, el desmonte de privilegios y el incremento de impuestos que prevé el acuerdo.
La situación de Grecia, y en menor medida la de España y Portugal, que también afrontan situaciones fiscales preocupantes, ha llenado la copa y sobrepasado los límites de permisividad y falta de controles sobre el manejo económico de los países miembros de la Unión Europea, que ha visto tambalear su bien más preciado: el euro.
La Canciller alemana, Ángela Merkel, que se había mostrado reticente a expedir un cheque en blanco para Grecia, puso por encima de sus intereses políticos la estabilidad de la moneda única y terminó cargando el mayor peso del plan de rescate económico, pese al rechazo general y de los propios miembros de su coalición de gobierno, que el próximo domingo se juegan las mayorías en la Cámara Alta, con las elecciones en Renania del Norte-Westfalia.
Alemania tendrá que aportar no menos de 29.000 millones de euros, de los 80.000 millones, que pondrá la UE para el rescate griego. Los otros 30.000 millones de euros provendrán del Fondo Monetario Internacional. De ahí que Alemania haya entrado a poner reglas de juego que no sólo cobijan a Grecia, sino a los demás asociados. Una de ellas es la creación de una única calificadora de riesgos que evite las especulaciones y las maniobras fiscales de dudosa reputación, pues el caso de Grecia está ligado a prácticas fraudulentas y maquillajes fiscales desde Wall Street.
De hecho, en reciente editorial nuestro, "Grecia y los problemas de la UE" (19 de febrero de 2010), retomamos la tesis del profesor y premio Nobel de Economía, Paul Krugman, en el sentido de que el problema es que los gobiernos forzaron a Europa a adoptar una moneda única mucho antes de que estuviera preparada para ello. Esa situación ha llevado a que se conforme una unión política, en la que los miembros deben operar más como Estados de un único país, que como naciones independientes, con los riesgos que ello implica, pues el sueño comunitario se puede desmoronar con la misma rapidez que lo hicieron las finanzas griegas y amenazan hacerlo las de España y Portugal.
Esta situación, sin duda, obligará a los países de la zona euro a la conformación de una política económica y financiera común para todos los Estados. En otras palabras, los países miembros de la Unión Europea deberán suscribir un nuevo compromiso y ceder buena parte de su soberanía fiscal y de su política macroeconómica para lograr que el euro funcione y se consolide.
De lo contrario, Europa estará viviendo cada cierto tiempo, y con distintos protagonistas, su propia tragedia griega.
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