Según lo que parece, al señor presidente Chávez le gustaría que hasta la Iglesia, que tiene principios muy claros sobre cómo reflexionar acerca de la política y la vida social, se convirtiera en otro de sus caballitos de batalla, como si ella se pudiera fraccionar o parcializar o tomar partido por alguna corriente política, económica o social.
En días pasados el Presidente de Venezuela se fue lanza en ristre contra el Cardenal primado de ese país, Monseñor Jorge Urosa, ofendiéndolo con insultos, por hacer el trabajo que según su identidad y su misión propias le corresponde hacer: Predicar el Evangelio de Jesucristo, quien ciertamente optó por los pobres, pero no desde un materialismo que pone a la economía en el más dorado altar, condenando la Trascendencia al más vil ostracismo.
El socialismo, olor predilecto de esos lados, puede concebirse desde varios frentes y la intención no es exponer aquí doctrinas económicas ni políticas, ya se había dicho. Si se trata del que cifra en la economía el futuro feliz, pero cercena la libertad individual y la identidad e iniciativa de cada ser humano, puede considerarse como superado por la historia. Si hablamos de un socialismo cuya pretensión es poner en evidencia la dignidad de las personas, luchar por la justicia y la equidad social, ofrecer oportunidades de desarrollo iguales para todos sin distinciones, ese estará más acorde a las ideas y a la voluntad del mismo Jesucristo, aunque por razones de naturaleza del mensaje cristiano no podamos afirmar que haya un socialismo cristiano propiamente dicho. Cristo puso en el centro de su enseñanza, de su predicación y de sus acciones siempre a la persona; sería interminable la lista si citamos episodios del evangelio. Y su voluntad fue que entre nosotros se hiciera realidad el mensaje del que habló: la vida fraterna. Si a esto, sin pisotear dignidades ni impedir desarrollos, se puede llamar socialismo, ¡Bienvenido sea!
La invitación es por una opción, muy clara además: el humanismo cristiano; que no tiene por qué reñir con el sistema político vigente en una sociedad determinada, pues pone a la persona al centro preservándole su identidad, sus derechos, sus necesidades y, sobre todo, su dignidad, máxime siendo el cristianismo el hecho religioso de occidente.
La historia no miente y nos muestra a las claras que muchos sistemas en el pasado -a lo mejor con buenas intenciones- han fracasado en la lid contra la pobreza, no pudieron eliminar la desigualdad, fueron utopías revolucionarias mal encauzadas que solamente han traído oscuridad y guerra a América Latina, el continente de la esperanza. Algunos sistemas actualmente tienen la límpida aspiración de darles voz a los olvidados del mundo y de levantar un orden más justo en la sociedad pero no siempre el modus operandi y las estrategias están claras ni son las precisas; y aunque es del Estado el deber de velar por el bienestar de los ciudadanos, la Iglesia en su enseñanza social tiene siempre una palabra qué decir al respecto, a la luz del evangelio y basada en las enseñanzas de su Maestro, que no está por demás escuchar.
Lejos las vanidades y los intereses y el afán del lucro enfermizo y de ponernos por encima de otros llevando contradictoriamente en la mano la bandera de la igualdad. Jesucristo no es un socialista, es el hermano mayor que trazó una senda y dio una fórmula para que vivamos armoniosamente como hijos de una misma casa, pero tal vez no ha sido escuchado. Si es que hay un socialismo cristiano, entonces tiene solamente un nombre: Amor.
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