Cuentan que en San Pol del Mar, un pueblito costero situado a 40 kilómetros de Barcelona, nadie mira el reloj. De hecho, si algún foráneo osa preguntar qué hora es lo más probable es que reciba un improperio por respuesta. La historia viene de antiguo y tiene mucho que ver con las ocurrencias de quienes nos gobiernan. Al parecer, hace ya muchos, muchos años, el por entonces alcalde de la localidad tuvo el capricho de instalar un reloj de sol. Y así lo hizo. Pero tan orgulloso estaba de su ingenio el buen regidor que tuvo la brillante idea de ponerle un tejadillo al artilugio para protegerlo de las inclemencias meteorológicas. De la lluvia y el granizo, vamos. Privado el reloj de sol de su única razón de ser, los vecinos de los pueblos colindantes comenzaron a preguntar con sorna «¿qué hora es?» cada vez que visitaban San Pol.
Ahora, el Gobierno boliviano ha decretado medir el tiempo al revés. Como no hay nada que hacer en el país andino –cuyas estadísticas oficiales admiten que el 60 % de la población es pobre (el 80 % en departamentos como Potosí o Beni) y eso a pesar de que la renta per cápita se ha triplicado en un lustro–, el reloj de la fachada del Legislativo boliviano tiene desde hace una semana la numeración al revés porque el indigenista presidente Morales ha tenido una visión en plena melopea cocalera: las manecillas de los relojes deben correr hacia atrás en el hemisferio sur «para concienciar a los bolivianos de que viven en el sur y no en el norte». La explicación es de aurora boreal, señores. Según el canciller, David Choquehuanca, y el presidente del Senado, Eugenio Rojas, ambos aimaras, como su presidente, y encargados de defender la agudeza de su jefe, la forma de registrar el tiempo en los relojes debe ser diferente, al igual que lo son el solsticio y el equinoccio en ambos hemisferios. «No nos tenemos que complicar, simplemente tenemos que tomar conciencia de que nosotros vivimos en el sur. No estamos en el norte», ha declarado Choquehuanca. «¿Quién dijo que el reloj tiene que girar de ese lado siempre? ¿Por qué siempre tenemos que obedecer, por qué no podemos ser creativos?», prosiguió el ministro boliviano.
La demencia de algunos mandatarios parece no tener fin. Según las peregrinas teorías del nuevo indigenismo ni tan siquiera deberían utilizar un reloj, por ser un invento occidental, al igual que la luz eléctrica, los celulares, los automóviles, los aviones, las computadoras o los tenedores, entre millones de endemoniados artilugios del norte, cuyo único fin es sojuzgar a los pueblos indígenas. De seguir por esa senda, los bolivianos podrían terminar haciéndose la cama del revés y conduciendo marcha atrás. Porque, al fin y al cabo, viven en el sur y tienen todo el derecho a ser creativos. A todos estos mercachifles que cobran de nuestros impuestos para perder el tiempo en memeces habría que mandarlos a picar piedra de inmediato. Lo mismo me da que sean bolivianos, españoles o colombianos. Seguro que todos ustedes conocen más de una ocurrencia similar entre su casta dirigente. Ya se sabe que cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo espanta las moscas.
Estoy seguro de que las explicaciones del Gobierno boliviano habrán convencido a sus conciudadanos, cuyas vidas han dado un vuelco desde hace una semana. Por fin saben dónde viven gracias al «reloj del sur». Lo que no conocen es cuánto les cuestan los desvaríos de los iluminados que les gobiernan. Porque, ¿tienen alguna duda de que Morales y sus secuaces no habrían tocado ese reloj ni para quitarle el polvo si hubieran tenido que pagar de sus bolsillos el cambio de la maquinaria y la sustitución de los números romanos por los dígitos árabes? Yo no
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6