Cuando Bryan escuchó el veredicto del jurado calificador, se sintió la mujer más feliz del mundo. Los aplausos del público lo aturdieron, le temblaron las manos mientras se tapaba los labios, gritó hasta quedarse sin voz, lloró hasta inundar la pasarela y brincó tan alto que, antes de que se le cayera la corona y se le quebrara un tacón, abrió los ojos, soltó un suspiro y cayó en la cuenta de que solo había sido un gran sueño.
Mientras se levantaba de la cama, contó los días que faltaban para la velada de elección y coronación que disputaría por "la corona nacional de la belleza travesti". Repasó en su memoria los doce rostros de las demás candidatas del certamen, se preguntó por la más bella y el espejito del baño le respondió con su reflejo.
Aunque estaba en piyama, aprovechó el corredor de su casa para ensayar el desfile en traje de gala. Empezó en el patio saludando a las ocho bailarinas anaranjadas que dormían en la pecera; después le sonrió a las ollas de la cocina; pasó de largo por las habitaciones para no despertar a nadie y, cuando llegó al comedor, le guiñó el ojo al Sagrado Corazón de Jesús que andaba colgado de la pared.
Dio una vuelta, le sopló un besito al retrato de su madre que estaba en la sala, y al ponerse su mano en la cintura la sintió flácida y recordó que tenía las horas contadas para sacar las curvas que le faltaban. Bryan bostezó, se limpió las lagañas, se envolvió la barriga en papel celofán y salió a derramar gotitas de sudor mientras trotaba por las lomas empinadas del barrio bajo un cielo nublado y sin estrellas.
Un par de policías nocturnos que vigilaban el sector se quedaron absortos cuando vieron a un joven que de repente arrancó a toda velocidad por las calles, esquinas y callejones de la zona Nororiental de Medellín a la medianoche. No corría porque estuviera huyendo de alguien, solo intentaba deshacerse de su grasa; tenía los ojos irritados, no por el vicio, sino por la manía de andar con sus lentes de contacto verdes; y no cargaba sus papeles porque, simplemente, entrenaba para un concurso nacional de belleza.
Los uniformados se reían, mientras Bryan trataba de explicarles, lo montaron a la patrulla y se lo llevaron para que la "Señorita" terminara su ejercicio hasta la madrugada encerrada en el calabozo de Manrique.
La preparación
El día que Bryan se inscribió en el concurso, intuyó que esa noche tendría su última cena. Saboreó lentamente los frijolitos con aguacate, masticó con nostalgia la yema dura del huevo frito y se despidió con ternura del chorizo que le preparó su madre porque, a partir de entonces y hasta cuando le entregaran la corona, no volvería a probar la comida, haría ayunos, evitaría las tentaciones y cumpliría respetuosamente la vigilia cada día.
Le dio un "hasta luego" a las fritangas, a los dulces y a las gaseosas y saludó a los vasos de agua, las frutas y las verduras que le prometían dejar atrás su gordura. Debía tumbar las líneas rectas y lograr las curvas para no perder puntos en los desfiles y para que nadie más se atreviera a decirle las siete palabras que tanto lo atormentaron: "¿Cierto que Bryan tiene cuerpo de bolis?".
Pensó que lo tenía todo y cumplía con los mandamientos del reinado: belleza, elegancia, inteligencia y nobleza. No se había hecho ninguna operación, tampoco tenía silicona en las tetillas y aún tenía su cuerpo natural, por delante y por detrás. La inscripción al certamen no tenía ningún precio. Debía presentar una fotografía de hombre y otra con el disfraz de mujer para que los jurados evaluaran el cambio; ponerse un seudónimo femenino; asistir a la entrevista con el jurado internacional; mover los hombros y las caderas durante el baile con el traje típico y salir al desfile con el vestido de baño que regalaban a las candidatas los patrocinadores del evento.
El resto corría por cuenta del concursante. Lo único que le faltaba a Bryan era el traje de fantasía, el vestido de coronación, dos pares de tacones, la peluca, los aderezos, las uñas postizas, el maquillaje, los viáticos, la chaperona, el asesor de imagen, el fotógrafo y una comitiva que le hiciera barra y lo apoyara. No más.
La conversión
Después de casi cuarenta días llegó la semana más esperada por Bryan. Del exterior vinieron la señorita Chocó y Miss Bogotá con sus respectivas chaperonas y estilistas. Y de las montañas de Medellín, bajaron las demás candidatas que representarían al resto del país.
Para que no hubiera peleas, Mario, el organizador del reinado, agitó la bolsita negra de la que cada aspirante sacó un pedacito de papel con el nombre de la ciudad o el departamento que debía representar. Tres días antes de la coronación, Bryan se enteró con cierto desagrado que no sería la señorita Antioquia ni Miss Medellín, como lo querían todas, porque en el sorteo agarró el papelito que decía Cundinamarca.
La pasión de Bryan
Siempre tuvo presente los consejos de sus amigos estilistas para no pecar en su semana mayor. Si en la entrevista le preguntaban por un personaje que admirara, tenía prohibido nombrar a la madre Teresa de Calculta o a Lady Di. Le advirtieron que en el momento en que lo interrogaran sobre el amor, no se limitara a decir que era un sentimiento muy lindo pero tampoco se desahogara con los jurados. Y si le preguntaban por la diversidad sexual, hablara de igualdad y trajera a colación aquella máxima que sostiene que "el hombre complementa al hombre. Mujer con mujer, hombre con hombre. Y también mujer a hombre, del mismo modo en el sentido contrario".
Ya tenía todo calculado. Si ganaba recibía la corona y un millón y medio de pesos. Más allá de llevarse el título de Miss Colombia Gay y exhibir su belleza ante un público de más de 350 personas, el propósito de Bryan era ganar el premio mayor para que su madre recordara los viejos tiempos cuando mercaban dos veces al mes y salían con el carrito lleno de paquetes y no como ahora, que les alcanza para mercar todos los días de a poquitos en la tienda del barrio.
La coronación
Si hubiera habido premio a Miss Puntualidad, Bryan se habría llevado el galardón y habría librado los pasajes. Llegó con horas de diferencia al camerino donde ensayó la cara que pondría cuando escuchara el nombre de las cinco finalistas, las palabras que diría si la declaraban reina y, por si acaso, la sonrisa que disimularía la derrota.
Practicó la pasarela con los tacones que le consiguió su mamá con la vecina. Repasó los pasos para domar esos zapatos de diez centímetros de altura. Dio todas las vueltas que pudo con el vestido fiado que encubría su falta de cintura. Se puso un cintita en la frente para levantar la ceja y reafirmar más la mirada. Cambió el color de sus lentes de contacto y lució unos grises. Se pegó las pestañas y las uñas postizas que le prestaron y subió la lengua al paladar para que no le temblaran los labios de los nervios. Memorizó las palabras con las que se presentaría al inicio del reinado y adelgazó su voz para decir "De Cundinamarca para el mundo, ¡Asly Natalia Arismendi Santodomingo!".
También se hizo el milagroso truco. Llevó la cinta de enmascarar que pegó desde el ombligo y le dio la vuelta hasta llegar al derrier. Cuando salió al desfile en traje de baño de tres piezas todos lo detallaron y se preguntaron: "¡Jmm!, éste dónde se escondió eso".
Y antes de salir a la pasarela a cumplir sus sueños, se dio la bendición y derramó algunas lágrimas porque los amigos que prometieron acompañarlo lo abandonaron, y su madre no consiguió el dinero para pagar la boleta del reinado ni pudo hacerle barra a su princesa.
El domingo de ramos
La mamá de Bryan lo esperó toda la noche sentada en la acera. Anheló verlo llegar con la corona puesta. Bajarse de un auto y subir sonriendo con un ramo de flores. Bryan llegó a pie, subió las 40 escalas empinadas de la loma de su casa y encontró a su madre con su hermano menor a las 4:30 de la mañana del domingo.
"Qué hubo mijo, ¿nada?", le preguntó doña Gloria. Bryan levantó su rostro y le dijo: "No, nada". "¿De qué quedó?", añadió su hermanito y cuando escucharon "De güevón", comprendieron que Bryan no llegaba del reinado sino del entierro de un sueño.
Antes de cruzar la puerta se quitó los tacones, suspiró del cansancio y recordó que salió a la pasarela con el pie izquierdo, porque desde el principio se rodó por las escaleras con el traje típico. La Señorita Medellín le clavó el tacón en el pie en plena coreografía. Se le cayó la banda que decía Cundinamarca y tuvo que colgársela como una toalla. El ventilador de la pasarela le enredó la cola del vestido de coronación entre sus piernas y gracias a un par de barandas no se fue de bruces al piso. El público se callaba cuando salía y el único piropo que recibió fue cuando desfiló en traje de baño y alguien les gritó a la candidata de Bogotá y a ella: "Miss gordas bellas".
A ninguno dejó de sonreírle, produjo carcajadas sin sentido y a todos les tiró piquitos aun cuando no escuchó su nombre ni en las cinco finalistas. Se tragó las respuestas que no le preguntaron los jurados y al final, cuando el veredicto favoreció a la candidata de Sucre, algunos gritaron que le habían robado la corona a la Señorita Antioquia, otros opinaron que la reina era Miss Meta por la última respuesta, pero nadie intercedió por ella ni alegó que Cundinamarca era la más bella.
Doña Gloria lo abrazó con fuerza y le dio un besito en la mejilla y, aunque quiso decirle que para ella era su reina, no fue capaz de romper el silencio sepulcral. Sabía que en esa madrugada del domingo sin ramos, su hijo venía de consumar su pasión, tenía una corona de espinas y llevaba la procesión por dentro.
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