"Yo, de pronto, los conozco", dice un hombre a la entrada de la iglesia San Pedro Claver del barrio Vallesther, en la Ciudadela La Libertad, en Cúcuta. Pero estaba allí como gesto de solidaridad con las familias de los cinco hombres asesinados con tiros de gracia en zona rural de Ureña, en el estado Táchira (Venezuela), a pocos metros de Boconó, Cúcuta, que ayer fueron enterrados en esa ciudad.
"Uno viene porque se conduele", dice el hombre, al hablar de la masacre que debió paralizar a Cúcuta, pero que no fue así aunque las autoridades colombianas han dicho que investigarán. Lo complejo es que en el país vecino ni siquiera se reconoce que la masacre fue en sus tierras. Y, en Cúcuta, hay tranquilidad porque el múltiple crimen no se produjo en su jurisdicción.
Para los dolientes es evidente el desinterés de ambos países. Prueba de ello, es que fueron "rescatados por el pueblo y no por las autoridades. Invadimos una propiedad privada, pero nos interesaba recuperar los cuerpos", dijeron al relatar que trajeron los cadáveres a pie y en improvisadas camillas, desde el país vecino a la ciudad. Se vieron obligados a exhumarlos con sus manos de unas fosas comunes. "Como héroes y mártires. No dejemos que estas muertes queden impunes", insistieron los parientes.
De no haber sido así, hubieran pasado "20 años y no tendríamos noticias de ellos. Dios puso a un muchacho en el camino para que nos indicara las coordenadas donde estaban enterrados. Ahora sí tenemos el alma tranquila", añadieron.
Las víctimas respondían a los nombres de Mario Enrique Santamaría, Rubén Darío Hernández, Welman Fabián Nieto, Héctor Julio Gómez y Luis Ángel Flórez Rincón.
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