Como tengo claro que Barack Obama saldrá hoy mismo reelegido presidente de los Estados Unidos -mucho me extrañaría ver a un mormón en la Casa Blanca- y sé que varios de mis colegas de columna dedicarán con toda lógica su espacio a tan trascendental asunto, he decidido cambiar de tercio radicalmente.
No es por frivolizar ni por ganas de escandalizar, hoy vamos a hablar de sexo. Por variar un poco, si acaso.
En concreto de la sexualidad masculina, al parecer cada día más confundida por el rol activo que las mujeres han conquistado a pulso, no sólo en el mundo laboral, político, deportivo o cultural, entre otros, sino también en la cama.
Tamaña bendición es, sin embargo, percibida por muchos hombres como una agresión a su papel hasta ahora dominante, por lo que muchos se están convirtiendo en el lecho en una especie de amebas sumisas y atolondradas cuya indecisión acaba por degenerar en trastornos cada vez más frecuentes, como la anorgasmia y la falta de apetito sexual.
A pesar de la falsa idea de que los hombres pensamos en sexo cada siete segundos -es otra leyenda urbana, nadie acumula 8.000 "sueños" eróticos por día, se lo aseguro-, los estudios más sesudos indican que estos menesteres ocupan su cabeza unas 19 veces al día, con distinta frecuencia, claro está, mientras que las mujeres dedican una media de 10 pensamientos "picantes" cada 24 horas.
Como revela un estudio de la Universidad de Ohio, por si alguien tenía alguna duda, los hombres pensamos más en sexo. Pero no es nuestra principal ocupación: los hombres piensan en comida unas 18 veces al día (ellas, 15) y unas 11 en el descanso (ellas, ocho).
"Ellos no siempre tienen ganas", remarca José Bustamante , psicólogo especialista en sexualidad y pareja, secretario general de la Asociación Española de Especialistas en Sexología y autor del libro "¿En qué piensan los hombres?".
La ausencia de apetito sexual, que llena cada vez más las consultas de los sexólogos, ocupa precisamente el primer capítulo de este libro. Entre los motivos que originan esta abulia entre los varones, causas físicas a parte, están los problemas de monotonía, hastío y, con creciente frecuencia, el miedo a fallar. La promiscuidad femenina genera, según Bustamante, un terror inconsciente a no estar a la altura. "Ella ha estado con muchos hombres, tiene con qué comparar", piensan la mayoría de los pacientes con este trastorno, que genera una "venganza" en forma de inapetencia ante la actitud sumisa que ellos mismos se atribuyen.
Esta disfunción se esconde bajo pretextos como "estoy agotado", "tengo que hacer" o el manido "acuéstate tú, yo iré más tarde". Otros prefieren escudarse en el trabajo, al que dedican más horas de las necesarias para retrasar su llegada a casa. Las excusas que antaño utilizaban las mujeres son ahora patrimonio de muchos hombres acobardados, a los que se enseñó a competir en todo para ser los mejores y que aún no han asumido que el sexo es algo de dos en todos los sentidos.
Por eso, coincido con el doctor Bustamante en el hecho de que los hombres necesitamos nuestra propia revolución sexual para aprender, entre otras cosas, a decir "no" sin que eso nos genere traumas.
El sexo es una forma de comunicación, no una maratón olímpica. Es una de las mejores (no la única) y más placenteras fórmulas de la naturaleza para conectar con otra persona, no una competición. La experiencia de una mujer debería servirnos para disfrutar aún más, no para intimidarnos.
Eso si queremos seguir haciendo bueno el tópico hecho chiste del hombre que espera el fin del mundo con los pantalones bajados. Por cierto, ¿estará pensando Obama en sexo ahora?.
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