Es inevitable el dilema del individuo entre libertad y seguridad, que llega al punto crítico al discutirse la utilización de escáneres en los aeropuertos. Ya ni siquiera se mide el impacto sobre la intimidad y la dignidad personales. Las innumerables restricciones que nos toca soportar a los seres humanos como transeúntes, usuarios, consumidores o clientes quedan convalidadas con el argumento de la protección contra amenazas complejísimas, desde el terrorismo transnacional hasta la simple acción de carteristas callejeros.
El individuo común y corriente es sospechoso. Más sospechoso que el delincuente. Abundan los ejemplos de rutina: Las cámaras del circuito cerrado del gran almacén alertan a los acuciosos vigilantes sobre los movimientos peligrosos de un señor dedicado a la búsqueda inútil de un par de zapatos de talla 45. El guarda de tránsito le aplica el castigo desproporcionado del comparendo a un conductor que tuvo la desgracia de aproximarse a casa dos minutos después de empezar el rígido pico y placa, el implacable recurso de conculcación de la libertad puesto de moda por tantas alcaldías. Al ingresar en la sala de espera del Olaya Herrera, la señorita que maneja el detector de equipajes fuerza al viajero a dejar la maquinita de afeitar porque puede ser un arma de enorme poder destructivo. Los tripulantes del camión transportador de valores paralizan la sucursal bancaria y blanden revólveres y changones, impiden la salida de los clientes (sospechosos por estar en el lugar a esa hora precisa), mientras hacen el arqueo de caja.
El centro comercial, el templo, el campus educativo, el barrio, la comuna, la ciudad, el país y el planeta entero son laboratorios de seguridad, escenarios de experimentación de instrumentos tecnológicos de comunicaciones y detección de potenciales agresores. Si usted camina de noche por las zonas comunes de la unidad residencial de la que es copropietario, es probable que el rondero nuevo esté siguiéndole los pasos y reportándole sus señas personales a la central: "Erre. El individuo de bluyines y camisa de cuadros rojos se dirige al parqueadero. Erre ". Por supuesto que sus transacciones comerciales, evoluciones bancarias, citas médicas y odontológicas, visitas a donde crea que quiere ir porque sí, están bajo control.
Por supuesto que la inseguridad cunde. También está propagándose la psicosis de peligro inminente. Lo intrigante está en que, a propósito del debate sobre el escaneo a los viajeros, tenga que ponerse contra la pared a toda una sociedad para aprehender a dos o tres criminales. Las medidas extremas de seguridad y también las de control de la movilidad son necesarias.
Esto no está en discusión. Pero que se vuelven ridículas, no lo pongo en duda.
Platón definía al hombre como un bípedo implume. Un pobre objeto de toda clase de escaneos.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6