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La historia de Heriberto, el peculiar librero de Medellín que no sabe leer ni escribir

Heriberto Piedrahíta es un campesino que llegó a la ciudad en busca de oportunidades y terminó fascinado con la venta de libros, tras ir a La Bastilla. Dice que memoriza los títulos y los asocia con las carátulas para atender a los clientes.

  • Heriberto Piedrahíta vende libros en la acera del edificio Gualanday, subiendo hacia el Mimos de La Playa. Instala el negocio antes de las 7:00 y extiende los libros uno tras otro a la vista de los transeúntes. FOTOS Manuel Saldarriaga
    Heriberto Piedrahíta vende libros en la acera del edificio Gualanday, subiendo hacia el Mimos de La Playa. Instala el negocio antes de las 7:00 y extiende los libros uno tras otro a la vista de los transeúntes. FOTOS Manuel Saldarriaga
  • La historia de Heriberto, el peculiar librero de Medellín que no sabe leer ni escribir
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09 de mayo de 2025
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Cuando Heriberto Piedrahíta abre un libro, ve letras regadas entre líneas sin sentido para él. Dice que no las reconoce todas, que no le da la cabeza para unir las sílabas que conforman las palabras, que podría quedarse mirando una eternidad las páginas sin entender nada. Heriberto no sabe de libros, pero a la vez sabe mucho de ellos. Apenas si garabatea su firma, pero todos los días saca decenas de títulos que apila por turnos en una mesa, en la avenida La Playa: los cuida, los quiere, los memoriza, los ofrece, los busca, los compra. Heriberto es un librero que no sabe leer ni escribir.

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A veces me queda muy pesado en la forma de no saber leer, pero prácticamente me conozco todos los libros, están grabados en mi mente. Cuando la gente me pregunta por un libro, sé si lo tengo o no.

Heriberto llega a las 6:00 de la mañana, después de una hora de trayecto en bus, hasta la acera del edificio Gualanday, subiendo hacia el Mimos de La Playa. Instala el negocio antes de las 7:00 y extiende los libros uno tras otro a la vista de los transeúntes que se acercan con frecuencia a preguntarle por tal o cual título.

Él se las ha ingeniado para relacionar el nombre con la carátula y así sabe cuál es el que le están pidiendo. Algunos vecinos que ya lo conocen le ayudan cada tanto contándole las novedades literarias, el Nobel de moda o esos de autoayuda que estén en apogeo, y él va a La Bastilla a conseguirlos.

La historia de Heriberto, el peculiar librero de Medellín que no sabe leer ni escribir

Allí, en el emblemático pasaje, tiene proveedores de confianza, gente que lo conoce y le ayuda a surtir el negocio. Allá llama cuando le preguntan por un libro que no tiene. El cliente espera a que Heriberto vaya a conseguirlo, mientras el vendedor de bolsos del lado le cuida la mercancía, o se lo encarga para pasar al otro día y recogerlo.

Heriberto es un librero tan peculiar que se ha hecho conocido entre las personas que viven en el sector: le compran o le encomiendan libros y le regalan los que ya no usan. Él los vende nuevos, de segunda mano y hasta dona o intercambia esos textos que tal vez nunca va a leer, pero que se han vuelto parte crucial de su vida.

Cuando llueve, corre a prisa para resguardar las obras entre plásticos, pero, a veces, como en los últimos días de tanta agua, la agilidad no le alcanza para evitar que se mojen. Por eso, al otro día, debe extenderlos un rato al sol antes de exhibirlos para la venta.

Heriberto ayuda a su memoria con una agenda en la que las personas le anotan los títulos que necesitan o aquellas recomendaciones por las que seguro le van a preguntar. Entonces, en la medida en que va vendiendo va comprando, porque siempre le gusta mantener un surtido de por lo menos trescientos textos en ese negocio que ha hecho a pulso como la forma que encontró para su sustento y que lo apasiona tanto como las otras ocupaciones que ha tenido en sus 62 años.

La historia de Heriberto, el peculiar librero de Medellín que no sabe leer ni escribir

Me vine para Medellín porque en el campo ya no tenía oportunidades. Yo no sé leer, pero tengo una experiencia y un conocimiento muy grande en la vida.

Heriberto dejó el campo hace más de tres décadas. Salió con sus padres de Titiribí, Suroeste antioqueño, donde nació y aprendió lo primero que supo hacer. Siendo muy niño iba con el papá de finca en finca, jornaleando, y se volvió ducho para desyerbar, podar, hacer hoyos para sembrar maíz y fríjol, recoger café, trabajar la caña.

La sangre de campesino corre por su cuerpo todavía invariable, como el sombrero que se pone todos los días. Como los recuerdos que revive cuando labra el pedacito de tierra que tiene en el barrio París, de Bello, donde vive y donde cosecha mangos, cebolla, limón, naranja, maíz y algo de yuca. Siembra para él y su familia, pero a veces le vende a algún vecino antojado o necesitado.

Yo quería aprender a leer, pero tenía una cabeza muy dura y en esa época la profesora no tenía paciencia.

Entró al primer grado en la escuelita de la vereda donde vivían, en el corregimiento La Albania. Se levantaba a las 5:00 de la mañana para alistarse y coger el camino agreste de más de una hora, para aprender de letras y números; pero terminaba atravesando la malla para volarse del castigo de la maestra, impaciente con su cabeza dura para aprender. No pasó a segundo y, como su padre y su madre, no aprendió a leer ni a escribir. En vez de eso, se aferró a las labores del campo y cuando tenía 12 años empezó a lidiar con caballos, los amansaba, los montaba.

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Por mucho tiempo, Heriberto fue domador de bestias y aún carga con el apodo de chalán. Cuenta que en esa tarea se dedicó a recorrer Titiribí, Angelópolis, Amagá, Bolombolo y Armenia, donde iba a exposiciones de caballos, contratado por gente adinerada. Y así, entre animales y cultivos, pasó casi media vida esquivando la posibilidad de aprender a leer.

Para cuando dejó el pueblo y llegó a Medellín iba cumpliendo los 30 años. Comenzó guadañando, trabajando en zonas verdes, echando mano de lo que sabía para sobrevivir. Resultó aprendiendo albañilería y le fue tan bien que terminó siendo contratista, manejando grupos de trabajo de 20 o 30 personas, construyendo casas, remodelando, llevando al plano de lo material lo que otros diseñaban en papel.

La historia de Heriberto, el peculiar librero de Medellín que no sabe leer ni escribir

Tengo una cabeza muy grande para la construcción, pero por no saber leer me rechazaban los ingenieros, los interventores, por eso no ha sido siempre fácil tener trabajo en las obras.

Cuando el sustento escaseaba, Heriberto resultó en el centro de Medellín vendiendo cacharros. Un día, por casualidad, llegó a La Bastilla y quedó fascinado con la venta de los libros. Se quedó allí por horas mirando a la gente que compraba, que preguntaba por un título específico, y al vendedor que asesoraba, que esculcaba entre las pilas, que salía a buscar un título que no tenía. Ahí decidió que podría ser librero en La Playa.

Estuve bregando aprender a leer, pero paré porque a mi esposa le dio cáncer y estuve luchando con ella dos años. No he vuelto a intentar, porque la cabeza no me da, la pena todavía me lastima mi corazón.

Heriberto se metió a un colegio de Bello en la educación nocturna. No tiene los mejores recuerdos, porque los compañeros, más jóvenes que él, solían molestarlo por no saber leer. Pero la causa que lo alejó de las aulas fue la enfermedad de su esposa Amparo, que lo acompañó media vida y era la que leía y escribía para él, la que lo acompañaba a trabajar al centro, la que cultivaba en la tierrita que aún tiene en París, la compañera por la que aún llora, el amor de su vida que perdió el 20 de diciembre del año pasado.

Desde entonces, dice, mientras sigue en curso su duelo, se refugia en los libros que vende en La Playa; en conversaciones con la gente que le cuenta sus alegrías y pesares; en la cotidianidad con su única hija y sus dos nietos, que a veces se ríen de él porque no tiene idea de letras; en sus nueve hermanos, que viven todos en la misma cuadra tras venirse uno tras otro del campo detrás de él y sus padres. Por ahora, está alejado de los intentos de aprender a leer, aunque no los ha olvidado del todo.

El sueño mío sería aprender a leer, pero sé que me quedaría ya muy duro por la edad. Ojalá encontrara a alguien que me cogiera con paciencia, porque yo soy muy inteligente, y me dijera esta letra con esta letra suena así.

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