Para mí la Navidad empieza con la visita que cada año le hago al padre Nicanor en adviento. Los lectores saben de su predilección por la época navideña y de su devoción por el misterio de Belén.
-Me gusta el adviento, hijo, porque la expectación, la expectativa, son el estado natural del creyente. Estar grávidos de Dios.
-Es bella, padre, la preñez de María en estos días previos al nacimiento de Jesús.
-"Del verbo divino/ la Virgen preñada/ viene de camino: ¡si le dais posada!", como reza la letrilla navideña de san Juan de la Cruz.
-Pero, padre, yo le voy a confesar que en mí, y supongo que en muchos, la Navidad despierta un extraño sentimiento no sé si de triste alegría o de alegre tristeza.
-Una paradoja que traduce muchas actitudes encontradas que salen a flote en este tiempo. Hay una tristeza de fondo que nimba el misterio del Dios encarnado. Y hay muchas tristezas superficiales que manchan la alegría navideña.
-Explíqueme eso, padre.
-Yo creo que la mayor tristeza que empaña la alegría navideña tiene como fuente el consumismo desaforado a que nos inducen el comercio y una sociedad materialista para la que el misterio religioso de este tiempo es apenas un pretexto para ganar dinero.
-Es cierto, tío. No hay ambiente más agobiador en esta época navideña que un centro comercial o un almacén atiborrado de reclamos consumistas.
-Y todo hartazgo produce malestar, náuseas. Creo que a eso te refieres cuando hablas de una triste alegría en Navidad.
-Pues sí, y también a la lamentable inculturación foránea en nuestras costumbres, en la iconografía y la imaginería navideñas. Año tras año hay en los almacenes menos objetos relativos al pesebre y sí papasnoeles de todo tipo y otros motivos que nada tienen que ver con nuestra cultura.
-Lo grave es que la pérdida de identidad es el germen de esa gran tristeza que es el desarraigo. Quítele a un pueblo su cosmogonía, su sentido de pertenencia a una cultura, y a la vuelta de los años acaba sometido.
-Pero, padre, para no hablar de otras tristezas navideñas -como los desequilibrios sociales que salen a flote en Navidad y que dejan al descubierto la brecha entre los que tienen mucho y los que nada tienen-, cómo interpretaría usted ese otro sentimiento de alegre tristeza que brota también en Navidad.
-Es lo que te decía antes: hay una tristeza de fondo en el regocijo por el nacimiento del Niño Dios. Con la Encarnación queda al descubierto, en toda su grandeza y en toda su miseria, la condición humana, que Dios asumió y es lo que celebramos en este tiempo. Es como si ante esta gran alegría de saber que Dios se hizo hombre, se arremolinaran todos los sinsabores del hecho de ser hombre: las frustraciones, la mentira honda en que a veces nos convertimos, el cuerpo y su deterioro y enfermedades; la maldad a la que son capaces de llegar los hombres; las avalanchas de guerra, dolor y violencia de la historia. En fin, esa condición de pecado con que estamos amasados.
-Pero, padre, eso es tristeza a secas (la más honda y dolorosa) y no una alegre tristeza.
-Es que Dios al encarnarse asume y redime esa mezcla de luz y de sombras, de gracia y pecado que somos los hombres y nos abre el horizonte de la esperanza. Y la esperanza, en cuanto expectación, es adviento, es gravidez, e implica una alegre tristeza.
-Usted se me enreda, padre, cuando se le sale el teólogo.
-Entonces, para que no me echés cantaleta, terminemos con estos versos, también de san Juan de la Cruz, en el romance del Nacimiento: "Y la Madre estaba en pasmo/ de que tal trueque veía:/ el llanto del hombre en Dios/ y en el hombre la alegría,/ lo cual del uno y del otro/ tan ajeno ser solía".
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