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Estación de baile

  • Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
    Arturo Guerrero | Arturo Guerrero
14 de diciembre de 2010
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Es estación de baile. El fin de año instiga al convite, y colombiano fiel a su sangre se sacude sobre una baldosa al segundo chispazo del alcohol. Regiones como Antioquia preferían antes la tertulia sentada. Alrededor de las copas, hombres solos lloraban, cantaban amistades de toda la vida o recién conocidos, se anudaban en trompadas fenomenales, destrozaban el establecimiento.

Ya no. Los jóvenes danzan, dejaron de parecer paralíticos. Ellas ciñen siluetas cinceladas a martillo, ellos agitan un desenfado de dueños del mundo. Durante el año prosperan en industrias y comercios, como antaño sus abuelos, fundadores de industrias y comercios. Al final del año, bailan.

O durante el año golpean sus músculos contra las máquinas del progreso ajeno y desaguan sus casas, sobrevivientes del último diluvio. Secan colchones que dejó el derrumbe, mientras los niños reclaman leches sin tregua y con prisa. Al final del año, bailan.

Decía Schopenhauer que "el baile es el empleo sin finalidad de fuerzas sobrantes". Alguna energía rebosa, ese exceso no es productivo, se aplica entonces a la ondulación cadenciosa de los órganos amatorios. Todos los órganos humanos son amatorios, pueden serlo, deben serlo.

Hay una diferencia. Europeos y gringos bailan para quemar la abundancia. Nosotros no. Aquí casi nunca hay demasía, aquí se vive de milagro y el milagro es escaso. Se baila entonces precisamente para provocar la energía, para atraerla y para celebrarla. "Cuando estoy en la parranda no me acuerdo de la muerte": aquí la danza no es un lujo, es elemento sustancial de lo cotidiano.

De ahí que la estación de fin de año sea realmente prolongación de los pequeños fines de año que se organizan cada fin de semana. Pero, claro, el fin de año conserva su esencia de prototipo de todas las fiestas del año. Es el carnaval de las tierras donde no hay carnaval.

Lo que hermana a los pueblos ricos del norte con estos pobres del sur es el carácter no intencional y no utilitario de los bailes. La humanidad danza no porque tenga algo que ganar, sino porque tiene algo que danzar. Danzando hace guiños al amor, como si el amor se dignara obedecer las instancias de la voluntad.

El baile es, así, la cifra de la vida. Una inutilidad que sostiene las columnas del cosmos.

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