Con esta exhortación el apóstol Pedro invitaba a los primeros cristianos, en su primera carta (3, 15-18), a dar un testimonio razonable de la esperanza que tenían en virtud de su fe en Jesucristo resucitado. Razonable, es decir, no con sentimentalismos ni mucho menos con fanatismos o fundamentalismos, sino mediante la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, o sea con la honestidad y la rectitud de un comportamiento orientado a la comprensión, a la tolerancia, a la compasión, a la construcción de la paz sobre la base de la justicia y la verdad en las relaciones con todas las personas.
Se da razón de la esperanza en Cristo resucitado cuando se asumen con paciencia las dificultades que sobrevienen, como les sucedía a los primeros cristianos que tuvieron que padecer la persecución por dar testimonio de su fe. Ellos padecieron siguiendo el ejemplo de Jesús. Pero ¡cuánto tendrán que sufrir a la larga quienes se pasan la vida engañando, alimentando la corrupción, haciendo daño, alimentando odios, desarrollando rencores, maquinando venganzas!
A este respecto son significativas las palabras de la misma carta de Pedro anteriormente citada: “Es mejor sufrir por hacer el bien, si tal es la voluntad de Dios, que por hacer el mal…” (1ª Pedro 3, 17).
“Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”, dice Jesús en el Evangelio (Juan 14, 15). Unos quince siglos después Ignacio de Loyola escribiría en sus Ejercicios Espirituales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras”, lo cual equivale a su vez al conocido refrán que dice: “obras son amores, que no buenas razones”. No faltan quienes ni siquiera tienen una palabra de cariño para los demás. Pero, aun si decimos que amamos, mostrarlo en la práctica resulta difícil cuando tenemos que renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra comodidad. Por eso tenemos que pedirle constantemente al Señor que nos dé su Espíritu, que es “el Espíritu de la Verdad”, para que haya coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos, demostrando con obras la fe que proclamamos de palabra.