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Solitario en su canoa, pensativo, con la mirada perdida en la profundidad del inmenso lago artificial de 7 kilómetros, Joaquín Gallego insiste en vano con su vara y, defraudado, comparte una queja: “Avemaría, hoy no se coge la tercera parte de lo que era esto. Con tantas redes y arpones la pesca se acabó”.
El reclamo se escucha en La Hondita, un sector del embalse El Peñol-Guatapé, donde el hombre consigue el pescado para su subsistencia hace 35 años, pero de manera artesanal.
-Es que pican, pero no pegan. Antes cogía entre 25 y 30 en cuestión de tres horas, pero eran truchas de 5 y 6 libras.
Este jueves de julio lleva 15 peces pequeños, pero ya son las 4:30 de la tarde y empezó a remar a las 9:00 de la mañana.
A Joaquín le duele tanta ambición de algunos colegas porque, denuncia, hace pocos meses, cuando limpiaron la represa del buchón, planta acuática que forma un tapete verde en la superficie, “armaron una red de unos 2.000 metros de largo, con huecos de 4 centímetros, y eso mata lo que coge”.
En una orilla de la represa, un pescador más joven, Diego García, asegura que en siete años la pesca ha bajado un 50 por ciento. “Cuando la violencia en el Oriente, todo mundo se dedicó a pescar, y los nativos se quedaron en esto, pero solo en el saque y saque”.
Su compañero Alfredo Quintero afirma que ahora se pesca más, pero se coge menos. “Con el chinchorro sacan hasta los alevinos y los arponeros le tiran a lo que se mueva”.
A Johan García le parece que falta conciencia ecológica del pescador nativo que no devuelve los peces al agua. “Cuando uno habla así, se burlan y le dicen entonces a qué salís a pescar”.
Esa conciencia la interpreta Norberto Giraldo Ossa, presidente de Peñol Bass Club, un grupo de pesca deportiva, que lucha porque la actividad sea más respetuosa con el ecosistema.
De su vivencia, cuenta que los campesinos empezaron a hacer redes de 20 metros, las crecieron a 50, 100 y 200 metros, cuando muchos vieron en el oficio una posibilidad de negocio. “Esto se llenó, hay más de 100 familias que viven de la pesca con redes. Por donde uno pasa en el embalse hay proliferación de redes”, dice.
Y a la cantidad de redes, agrega, empezaron a hacer las mallas con ojos más pequeños, que se deriva en una pesca más intensa y “muy depredadora”.
Barredoras y arponeros
Pero la voracidad de los pescadores comerciales ha ido más allá de las que se conocen como “redes barredoras” (por estrecho del ojo de las mallas que no dejan salir al pez pequeño), y apareció la figura del arponero, que los ecologistas consideran nefasto para las especies que cohabitan en el embalse.
Las primeras que se sembraron fueron la carpa, la trucha, el black bass, y luego la mojarra y la tilapia, todas especies exóticas que desplazaron la sabaleta que habitaba los ríos y quebradas que tributan sus aguas al embalse.
“El arponero acaba los animales grandes que cuidan los nidos. Matan los machos grandes y a las hembras que ponen los huevos”, sostiene Giraldo, y critica que van a la fija porque utilizan pistolas neumáticas.
Norberto aprecia que las autoridades no están comprometidas con el control y además les falta logística para cumplir su tarea, ante lo cual organizaciones como las de pesca deportiva promueven que se tome conciencia porque “el recurso se extingue, se acaba, lo depredan a pasos agigantados y los hijos no van a tener dónde sacar peces”.
Un pescador y conocer del problema, Álvaro Molina, aprecia que en el embalse está en riesgo el bass, que es un generador de turismo en el mundo entero, muy perseguido por los pescadores deportivos. “Es una generación que no los mata, los devuelve vivos. Es necesario que las autoridades prohiban la pesca del bass para el consumo, porque el artesanal y el recreativo los mata”, observa.
A esta especie, que considera la más importante de la presa, “la están acabando a punta de arpón y hay que hacer algo”.
Pero Molina considera que uno de los problemas más graves del embalse es la mala calidad de las aguas que la llenan, porque las quebradas están muy contaminadas y el Río Negro “está en peligro de extinción acelerada”, en lo cual ve ineficiencia de Cornare, como entidad responsable de las cuencas, y de EPM, como dueña del embalse.
Muchas miradas se dirigen a la Alcaldía de El Peñol, cuya encargada del control y vigilancia de la pesca artesanal, Diana Cano, sostiene que existe un acuerdo municipal de 2005 que establece la regulación de la actividad.
Hoy, dice, se efectúan una o dos veces por semana. “Se sale al embalse, se revisan las redes, tanto las que están armadas (en el agua) como las de las lanchas. Se toman las medidas del ojo y la longitud, si no cumplen, se recogen, se hace un acta de incautación y no se devuelven”, sostiene.
La norma permite redes con una longitud máxima de 70 metros, con un máximo de ojo de 12 centímetros y un espacio de 20 metros entre la orilla y la red.
Pero el ojo lo estrechan como quieren y cuando juntan una “flotilla” de muchas redes, pueden formar una malla de más de un kilómetro, como la que le quitó los peces y los ánimos a Joaquín Gallegon