Dos son las premisas básicas que orientan el día a día en la finca La María, en Fredonia: hacer ecología sí paga y ante todo, no botar.
Esas ideas surgieron en la mente de Ignacio Correa, un veterinario y apasionado por la tierra, y se han implementado desde hace 12 años.
Las palabras de uno de sus profesores de la U. se le quedaron en la cabeza: los gases de fermentación del material orgánico de los bovinos, contribuyen al calentamiento global. "Eso para el suelo es una bendición, para el aire es una maldición".
Esa fue la motivación inicial y después de varios experimentos y mejorías, hoy La María tiene un sistema integral ecológico que funciona como un reloj y que encontró en el compostaje su clave.
Todo comienza en un lugar especial en el que almacenan el material orgánico, bajo techo.
De esa manera, explica Ignacio Correa, se corta el ciclo de los parásitos y, de manera natural, sufre un proceso de calentamiento que desinfecta parcialmente esa sustancia.
"Cuando usted tiene algo con humedad alta, donde hay azúcares y proteína, tiende a fermentarse y ese proceso produce calor. Es un procedimiento que hace él solo. Fuera de eso, forma algunas levaduras y microorganismos benéficos".
Allí se deja en promedio unos 20 días. Luego pasa al potrero en donde ubican al ganado. Se usa como suelo del bovino, mejor llamado "cama profunda".
Cuando los animales lo pisan, van incorporando las fecales y la orina y lo airean, punto vital en el compostaje.
A esa mezcla, le agregan dos veces por semana unas bacterias para mejorar el producto.
Todo con una particularidad: no hay malos olores ni mosquitos revoloteando por las caras de los trabajadores o de los visitantes.
A los 20 días, ese material que pisaron los bovinos, se lleva a otro sector especial del potrero en el que se riega dos veces por semana con micro aspersores, debido a que necesita mantener el 50 por ciento de humedad.
Cerca, construyeron un desagüe para que el agua que escurre y la que sale fruto del lavado del establo, no se vaya al exterior a contaminar los caños y quebradas.
Ese líquido tampoco se desecha. Cae del ducto a una caneca porque se conserva para abono. "Y cuando necesitamos usar químicos como el matamalezas del herbicida de 200 centímetros por bomba bajamos a 80, echándole esta sustancia. Es más barato y mejor para la naturaleza", dice Ignacio.
Y todavía hay más
El agua en La María también tiene su cuento. Las microcuencas las protegen con pasto y recomiendan no sembrar nada en 20 metros a lado y lado de las quebradas.
Cuenta el veterinario que aunque un amigo suyo dice que no se debe ser "aguacero dependiente", tampoco, cree él, se deba botar. Le pareció muy útil hacer represa, con la asesoría de un ingeniero.
Pero mientras almacena el agua para una escasez, produce comida. Allí tiene, entre otros, tilapias, cachamas y bocachicos. Con esa idea de no desperdiciar, el estiércol del conejo sirve para alimentar a los peces y su orina mejora el abono.
También tienen planta de tratamiento de aguas para consumo humano.
En los cultivos se notan los efectos del compostaje. Aunque no pueden abandonar del todo los químicos, el proceso se mejoró y tienen árboles más sanos.
Con él se ahorran entre un 60 y un 70 por ciento de costos y producen un 70 por ciento más. Por eso, Ignacio Correa sigue probando para ser parte de la solución y no del problema.
Hacer ecología sí paga, repite. Lo cree firmemente.