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Fruko tiene la mano multada

06 de agosto de 2008
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Julito era el terror del barrio Naranjal. En la escuela, se cansó de cazar peleas y dejar ojos hinchados, tabiques torcidos y cúbitos quebrados. A los 12 años lo echaron con la recomendación de que no lo recibieran en ninguna parte.

Lo odiaban. Los demás chiquillos lo evadían. Cuando el rapazuelo trepaba al tejado de su casa, veía medallas de San Benito, a las que la gente ha atribuido el poder de ahuyentar vecinos.

Por eso, cuando Julio Ernesto Estrada triunfó, celebró que los mismos que lo rechazaron en el barrio, comenzaran a quererlo tanto.

Desde que era un mocoso, creyéndose un Tarzán cuyo reino era una selva de naranjos, guayabos y mangos, le bastaba abrir la puerta de su casa para ver los bares Cumaná y Sol de Oriente y escuchar la música alegre del primero y la triste del otro. Y para ver a las personas que los frecuentaban, también alegres y tristes.

Mientras en uno sonaba: Los celos, malditos celos fueron el torbellino que arrastró al abismo fatal ese cariño..., de Los Pamperos; en el otro se oía Oye, Mima, te lo voy a regalar..., de la Sonora Matancera. Él se aprendía todo, pero le gustaban los sonidos y personajes alegres que poblaban el Cumaná.

Y en casa, la influencia seguía: su abuela Rosa Parra, una matrona que cocinaba fríjoles y sancochos de leyenda y recibía a todo el mundo, al punto que a esa casa la llamaban Hotel Resorte, era buitraguista. Tenía la colección completa de Guillermo Buitrago y, cuando la oía, ella bailaba con los hombros.

Sus tíos, Mario y Jaime Rincón, diario llevaban discos porque eran ingenieros de sonido de Discos Ondina. Alba del Castillo, Edmundo Arias, Rómulo Caicedo, Miguel Aceves, Óscar Larroca... Ningún ritmo faltaba allí.

Esos mismos tíos fueron los que se preocuparon por el destino del Julito sin escuela. Lo ocuparon de mandadero de Ondina y, cuando Antonio Fuentes vino a Medellín y fundó la disquera, se los llevó a ellos y ellos al chico.

En secreto, Julio aprendió tocar timbales. El instrumento estaba en la disquera sin que nadie lo tocara. De modo que cuando Antonio Fuentes exclamó: "¡nos invadieron los venezolanos!, refiriéndose a la acogida de Los Melódicos, Los Blanco, La Billo's, y buscó un sonido diferente para Los Corraleros de Majagual, el mensajero pidió que le dejaran mostrar sus habilidades, ante la incredulidad de Alfredo Gutiérrez, Lizandro Meza y Calixto Ochoa. Fascinó tanto, que fue incluido en el grupo. Viajó y, sobre todo, pudo disfrutar del embriagador aroma de la madera de los estudios de grabación, que le seducía.

Por alternar con Richie Ray y Sonora Matancera, le devino lo que él llama su postulado: quería formar una orquesta de salsa.

"Haga la prueba", dijo Fuentes. En 1970 llegó Tesura, el primer disco. Como a él ya lo llamaban Fruko, por su parecido con un personaje de publicidad de salsas, fue fácil tomar nombre artístico.

Con cantantes como Píper Pimienta, Wilson Manyoma y Joe Arroyo y canciones como El preso, El ausente, El Caminante y El son del tren, se comprobó una vez más que Fruko tenía el secreto del sabor.

Ahora, tras 45 años, no para de hacer música. No se cansa. Y quiere a todo el mundo y el mundo lo quiere a él. Tiene la mano multada, pero esa fuerza la usa para tocar y poner a gozar a los soneros.

Y a estas alturas de la vida "la única que me dice Julio es mi mamá, Alicia", ríe Fruko.

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