Y la leyenda continúa. Después de ofrecer su talento en goles hasta convertirse en el máximo artillero colombiano de todos los tiempos, Víctor Hugo Aristizábal cambió de rol sin dejar de lado el deporte que le dio gloria.
Ahora, en calidad de socio y director de la Escuela de Formación Deportiva Aristigol, que atiende en un funcional complejo deportivo en el sector de Sabaneta (avenida Las Vegas), pasa largas horas al frente de la empresa que creó con unos amigos. En vez de un balón, pero con su liderazgo innato, siempre tiene a mano un intercomunicador para dar instrucciones y buscar orden.
La idea de proyectar su nombre y dejar un legado para las futuras generaciones le surgió a finales de 2007 después de sufrir una lesión, y cuando decidió retirarse de la competencia. "Fue en una reunión familiar con varios amigos. Dijimos: vamos a hacer un proyecto bacano que dure para siempre, para nuestros hijos y nietos".
Y el sueño se le hizo realidad pronto. La construcción comenzó en enero de 2010 y el proyecto ya camina con cuatro canchas sintéticas, una de ellas cubierta, otra de fútbol rápido y una más de tenis fútbol. Como dice el Aristi empresario, "un lugar para compartir en familia".
Labor social
Aristi hace hincapié en que lo fundamental de este lugar es la escuela de fútbol con un toque social. Héctor Agudelo, entrenador del semillero femenino, cuenta que por las mañanas Aristi trabaja con un grupo de pelaos de escasos recursos económicos, que pagan un valor simbólico al mes. También hay grupos por la tarde, pero la mensualidad cuesta más.
"Aquí los niños vienen a entrenar y jugar, pero también a aprender de la vida, a afianzar valores y adquirir disciplina", admite Víctor Hugo, al agregar que él participa en los entrenamientos, "porque ellos quieren aprender de uno".
Para que le ayuden en esa labor de formación llamó a los ex futbolistas John Wílmar Pelusa Pérez y Héctor Mario Botero. Mientras tanto, él se acostumbra a ser "todero".
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