En la casa de Carolina Hidalgo la cosa está maluca, o "peluda", como dice un vecino suyo del barrio La Aurora.
Hace unos cinco años, a ella se le dañó la tranquilidad cuando vio que varias casas vecinas se agrietaron, se les aflojaron los muros y se les hundieron los pisos.
La situación obligó a que los afectados interpusieran una tutela que conminó al Municipio a indemnizarlos por los daños, a darles viviendas nuevas porque en las que estaban ya no se podía vivir, era riesgoso. Carolina los vio salir con sus corotos, irse a pagar arriendo a otras partes mientras les adjudicaban las nuevas casas.
Y ella quedó a la expectativa por lo que podía ocurrirle a su casa. Extrañamente, no le pasó nada, pero sí a la vivienda de su vecino, que ya desocupada siguió cediendo e inclinándose. Fue un proceso lento, pero ya llegó al tope, pues los veinte centímetros que separaban los dos muros ya son de cero en la parte alta. La casa quedó recostada a la suya y ahora es una amenaza latente.
"Yo siento que eso se va a venir y me va a tumbar mi casa. Deberían venir a demoler esas casas antes de que acaben con este barrio", advierte Carolina, que teme por su vida y la de su hija.
En la parte posterior a su casa hay otra vivienda en la que reside su hermana Paola con el esposo y dos hijos. Para esta familia, la amenaza es más dura, pues de un lado son las casas que se caen a pedazos y en cualquier momento pueden desatar una tragedia. Por otro, le toca lidiar con extraños personajes.
"Estos días se cayó un pedazo de balcón de una casa, dígame donde en esas pase mi niño o yo misma, eso es un peligro. Y ya me han robado cosas, las he recuperado, pero me toca pelear con todo mundo, gente rara que llega a las deshabitadas. No veo la hora de irme de aquí".
La raíz del problema
El problema empezó cuando se construyó la vía de acceso a la Ciudadela Nuevo Occidente. El movimiento de tierras y la dinamitada de grandes rocas, desestabilizaron los terrenos y las que pagaron las consecuencias fueron las viviendas ubicadas en la calle 64 con carrera 115, casas de más de treinta años que terminaron agrietadas, casi despedazadas y otras en riesgo de caerse.
Viendo el peligro, el Municipio sacó a las familias de las casas afectadas, unas nueve en total, y las mandó a pagar arriendo mientras llegaba una solución definitiva. Pero ésta no ha llegado.
"La culpa la tuvieron los que dinamitaron esas rocas acá mismo, movieron la tierra, eso está ya muy hablado, pero no vienen a demoler ni dan las nuevas casas, nos dejaron con este problema", comenta César Echavarría, cuya familia desalojó una casa de tres pisos.
El proceso de solución ha sido tan lento, que incluso Rubiela Osorio fue obligada a desalojar. Y lo hizo, pero a los tres meses regresó porque su suegra no fue capaz de vivir en otra parte. Al año murió, pero Rubiela quedó habitando con su esposo y un hijo una casa llena de grietas, muros caídos y techos flojos, donde se trabaja en reciclaje.
Esta pareja desafía cada día la desgracia, pues la vivienda se ve endeble. Ella muestra todos los achaques de la casa, pero tranquila dice: "a mí no me da miedo, le aprendí a mi esposo, que no le teme a nada, aunque ya se nos han metido los ladrones por el muro que se cayó".
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