Nicolas Sarkozy se caracteriza por su hiperactividad. Salta de un tema a otro, de un continente a otro, de una cumbre a otra, con febril vertiginosidad. Siente quizás que el declive de Francia como gran potencia mundial debe suplirlo con su movilidad sorprendente.
La semana que acaba de terminar, por ejemplo, en su condición de presidente temporal de la Unión Europea, pidió una cita de urgencia con el presidente Bush, quien lo recibió en Camp David en compañía del señor Barroso, presidente ejecutivo de la Unión Europea.
¿El objeto de la reunión? Solicitarle con apremio al Presidente norteamericano que sirva de anfitrión a una gran cumbre multinacional durante el mes de noviembre para analizar -al más alto nivel político- qué hacer con la profunda crisis financiera que ha estallado en Estados Unidos y comienza a incendiar a Europa.
Inmediatamente desembarcó de los Estados Unidos el presidente francés se trasladó vertiginosamente a Estrasburgo, sede del parlamento Europeo. Allí propuso dentro de un ambiente de claro escepticismo entre sus colegas europeos, acabar de un tajo con los paraísos fiscales.
Planteó igualmente que la vieja Europa proceda a crear un gran fondo de inversiones, al estilo del que tienen los países asiáticos, para inyectar recursos a las moribundas empresas europeas (como la aeronáutica o la automotriz) gravemente golpeadas por la crisis bancaria y el desplome de las bolsas de valores.
En la conversación de Camp David se convino que los participantes en la gran cumbre financiera del mes entrante serían: los Estados Unidos como país anfitrión; el G-8 (el club de los países más ricos del mundo), el G-5 (los cinco países emergentes más importantes), el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial.
Pero, cabe preguntar: ¿puede esperarse que esta cumbre se convierta en un nuevo Bretton Woods, tal como aconteció después de la Segunda Guerra Mundial?
¿Podrá salir de esta apresurada convocatoria una nueva arquitectura financiera internacional como la que se construyó en 1946. Y que ha imperado desde entonces a través de instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial?
Probablemente nada de esto sucederá. En primer lugar, el gobierno del señor Bush está de salida. Cuando se reúna esta cumbre estará a mes y medio de entregar el mando. Desacreditado y sin ninguna capacidad de negociación ni de liderazgo. En segundo lugar, la crisis es tan profunda que requiere reuniones mucho más amplias que las desgastadas y restringidas cumbres del G-8. Ya saltaron España y Corea del Sur, por ejemplo, a reclamar que no se les hubiera invitado.
Pero ante todo: una reunión para diseñar nada menos que la nueva arquitectura financiera mundial requeriría de muchísima más preparación que la que quiere imponerle el frenético presidente francés.
Recuérdese que la preparación de la conferencia de Bretton Woods tomó más de un año. Con estudios técnicos previos profundísimos y negociaciones diplomáticas exhaustivas que la antecedieron. En todo este proceso participó lord Keynes, quien hacía parte del equipo negociador Británico. Poco tiempo después murió.
Así las cosas, no es aventurado anticipar que la próxima cumbre financiera del mes de noviembre será otra más de las muchas que a menudo se celebran. En la que prevalecerán los rimbombantes comunicados, las cámaras y las sonrientes fotografías de unos cuantos jefes de Estado. Pero que arrojará muy pocos resultados concretos.
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