Hace casi un mes, la ONU declaró, por primera vez desde los años 80, el estado de hambruna en el Cuerno de África, luego de que una temporada extremadamente seca llevara a un desabastecimiento de comida en Etiopía, Somalia, Kenia, Yibuti y Eritrea.
Según la FAO, unos 12 millones de personas se encontrarían en riesgo directo y necesitarían ayuda urgente para poder alimentarse. La situación se ha visto agravada por las mismas dinámicas desastrosas que han determinado el destino de esta región por décadas.
En primer lugar, a excepción de Kenia, los países del Cuerno de África cuentan con economías pobres y primitivas, una ausencia casi total de infraestructura y una dependencia en la agricultura de subsistencia. De esta forma, el 80 por ciento de los habitantes de Somalia, por ejemplo, recibe su ingreso únicamente de la siembra en su minifundio. Esto supone que los ingresos per cápita son mínimos (en Etiopía son de 350 dólares y en Eritrea de 405), pero también que se encuentran amenazados por cualquier incidencia en la producción agrícola.
Por otro lado, el clima de inestabilidad y violencia de la región solo puede empeorar las cosas. En este momento, el gobierno provisional de Somalia, apoyado por tropas kenianas, intenta poner bajo su control la capital, Mogadiscio y extensas zonas del país, controladas por facciones rivales, señores de la guerra y organizaciones terroristas como al-Shabaab.
Etiopía tiene conflictos fronterizos con Eritrea y Yibuti, y los gobiernos de estas dos naciones apoyan con dinero y armas a los rebeldes etíopes en el sur. Además, tanto los gobiernos como los grupos insurgentes han tomado buena nota de otras crisis humanitarias y utilizan la ayuda internacional, sobre todo la comida, como arma de control político.
De igual manera, la cantidad de ayuda que podrían recibir los afectados es, en el mejor de los casos, insuficiente. Las advertencias de organizaciones como la FAO u OCHA, que desde cuando las lluvias fallaron, en 2010, elevaron las alarmas, cayeron en su mayoría en oídos sordos. Como reconocen las mismas agencias internacionales, las crisis de lento desenvolvimiento reciben menor atención financiera y mediática que otros desastres y tragedias, como terremotos o inundaciones. La comunidad internacional, acostumbrada quizás al permanente estado de crisis de países como Somalia, ha reaccionado con indiferente lentitud.
Finalmente, los conflictos regionales podrían agravarse por culpa de la hambruna. La población desplazada que desde el sur de Somalia parte hacia campos de refugiados en el sur de Etiopía y el este de Kenia se ha multiplicado en los últimos meses y los grupos armados han aumentado el robo de ganado, tanto a la población como a organizaciones rivales.
El reclutamiento forzado y los enfrentamientos por cooptar fuentes de agua y alimentos, incluso por poner sus manos sobre el goteo de ayuda internacional que empieza a llegar, ha recrudecido la violencia.
Así pues, a la tragedia inmediata; la del hambre, la violencia y el desplazamiento, pronto se unirá la del aumento de la inseguridad en una región clave para el comercio y las comunicaciones mundiales.
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