Rana, una estudiante de Filología de 21 años, de Wasta, una pequeña ciudad a 100 kilómetros de El Cairo, desapareció sin dejar rastro el pasado 21 de febrero. Ese mismo día también se esfumó Abraham, un chico de su barrio de 25 años.
La prensa egipcia ha dado por hecho que los dos jóvenes se fugaron juntos por amor. Ella es musulmana, él cristiano, y su relación es anatema en una sociedad desgarrada por el odio sectario. Romeo y Julieta en el siglo XXI.
El padre de la chica, Kamal al-Shadly, se niega a creer que su hija haya podido traicionar su religión y su familia, y sostiene que fue víctima de "magia negra" por parte de un cura cristiano.
Por eso, lanzó un ultimátum de un mes a la iglesia cristiana de San Jorge para que devolviera a su hija. Días después, tras el tradicional rezo del mediodía, centenares de jóvenes musulmanes atacaron con ladrillos y cócteles molotov a las fuerzas de seguridad que protegían ese recinto religioso.
La respuesta de los coptos no se hizo esperar: "La Iglesia no tiene nada que ver con la desaparición. La fuga de la pareja es un asunto privado", declaró al periódico Shurukel el padre Francisco, responsable de la diócesis de Beni Suef, la provincia en la que se encuentra Wasta.
Y es que si bien los coptos son la comunidad cristiana más antigua y grande de Oriente Próximo, con 2.000 años de historia, no hay rastro de ellos en los libros académicos de Egipto. En 2008 se publicó que era legal matarlos y robarles en un ensayo del intelectual islamista Mohammed Imara, que todavía puede comprarse en las tiendas de El Cairo.
Los agravios que denuncian los cristianos coptos en Egipto son variados: trabas a la construcción y reparación de sus iglesias, discriminación en el nombramiento de altos cargos públicos y falta de reconocimiento de su identidad.
Sin embargo, la verdadera mecha de las conflagraciones sectarias son los amores interconfesionales, asociados siempre al tabú de la conversión religiosa, rechazada violentamente por ambas comunidades.
Juegos con la fe
La Revolución que empezó en enero de 2011 tampoco acabó con el poder del rumor. Uno de los más habituales asegura que, ya sea la Iglesia copta o grupos islamistas, han lavado el cerebro de alguna adolescente, a veces utilizando el cebo del enamoramiento, para forzar el abandono de su fe.
Sólo así, a través del recurso a las malas artes, las familias pueden digerir tal alta traición y mantener su honor dentro de la comunidad.
Si bien puede haberse dado algún caso de este tipo, siempre muy difícil de probar, en la mayoría de ocasiones se trata de un simple flechazo que no entiende de castas y religiones.
Ahora bien, sí es cierto que la voluntad de legalizar la relación conlleva a menudo la conversión de uno de los dos miembros de la pareja.
En Egipto no existe el matrimonio civil, y el Estado se limita a registrar las bodas celebradas por las autoridades religiosas.
En el caso de la Iglesia ortodoxa copta, a la que pertenecen la mayoría de cristianos egipcios, los dos novios deben profesar esta misma confesión. Ni siquiera permite, por ejemplo, el matrimonio con un católico.
El Islam sí permite que un musulmán se case con una mujer de una de las religiones de la Biblia (judaísmo y cristianismo), pero el matrimonio mixto está prohibido para ellas. La razón tiene una base profundamente patriarcal: la religión de los hijos es siempre la del padre.
"La ley no prohibe abiertamente la conversión, ni recoge ningún castigo. Ahora bien, mientras un cristiano puede cambiar la adscripción religiosa en su carné de identidad, al revés es imposible", asegura Jayson Casper, un investigador de la fundación Arab West Report.
Algunos musulmanes que lo han intentado, han sido disuadidos a través de la violencia en las comisarías de policía, o incluso encerrados en un hospital mental.
"La principal herramienta para prevenir la conversión es la presión social. Cuando una persona anuncia su voluntad de convertirse, se condena al ostracismo entre sus correligionarios. En los casos más extremos, incluso se arriesga a ser asesinado. Y eso vale para ambas comunidades", comenta Casper.
La calma ha vuelto a Wasta gracias a la intervención del ministro del Interior, que se reunió con el padre del Rana y le convenció de que confiara en los esfuerzos de la policía por encontrarla.
Sin embargo, queda sin resolver el problema de fondo de la intolerancia religiosa: ¿cuánto tardará en estallar la próxima batalla campal por un amor prohibido?
Amores posibles
A muy pocos kilómetros de Egipto, más exactamente en Israel y en los territorios palestinos, las historias de amor entre musulmanes y cristianos no parecen imposibles. Las fronteras físicas y emocionales les pertenecen a otros: judíos y musulmanes. Una pareja de este tipo ha sido, y será, siempre caótica.
Ya sea en la ciudad vieja de Jerusalén o en los alrededores de Ramala, capital de la Autoridad Nacional Palestina, las parejas de cristianos y musulmanes no son improbables.
Sin embargo Adriana Cooper, periodista y experta en temas de Oriente Medio, relata que en sus recorridos por los territorios palestinos e Israel, nunca conoció a un cristiano que hubiera decidido dejar todo por una mujer musulmana.
"Pero sí lo vi varias veces al contrario. Tal vez sea porque es el hombre quien da el apellido y la religión. Si el papá es musulmán, así lo será el hijo. Por eso no es raro escuchar a hombres de este credo decir que mientras no nazca un hijo varón, la felicidad no está completa", explicó Cooper.
Generalmente ocurre que la mujer, cristiana, acepta cambiar su vida y asumir los designios de quienes siguen a Alá. Esto se puede traducir en cambiar los jeans por los vestidos amplios, cubrir la cabeza y el cuello con una de las telas que visten sus futuras compañeras de credo. Atrás quedan los encuentros con amigos masculinos para tomar un café. El que se lleva la atención es el esposo, dueño y señor.
En pueblos palestinos como Turmasaya, es común ver a mujeres latinoamericanas que se casaron con hombres musulmanes y cambiaron su vida para siempre. Si no fuera por su acento e historia, sería imposible identificarlas en la calle.
También, dice Cooper, ocurre el amor entre palestinos cristianos y musulmanes. La máxima dificultad puede ser cuando uno vive en el lado israelí y el otro en el palestino. Juntarse así es más difícil por los controles de seguridad del Ejército israelí y los permisos que los dividen totalmente. Los problemas son de fronteras, políticos. No de amor.
"Aunque si de amores imposibles se trata, está el amor entre judíos y musulmanes. Pero esa ya es otra historia", concluyó.
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