La última vez que recuerda haberse disfrazado para celebrar el día de los niños, ya se le está borrando en la memoria. Y echando cabeza asegura que quizás tenía seis o siete años de edad cuando lo hizo. Hoy pasa de los 35, pero aún le quedan vestigios de esa empapelada que se pegó.
"Me disfracé de vaquerito, como el Llanero Solitario de antes", cuenta maliciosamente. "Las pistolas eran de papel, el sombrero era de papel, la careta era de papel, todo, menos el pantalón, claro está", agrega Gílmar Mayo, el mejor saltador de alto del país.
Al lado de júnior, que apenas supera el año de vida y lleva su mismo nombre, Gílmar relata que en esa época -dos décadas o más atrás-, no había plata ni tampoco tanta publicidad para que los niños se disfrazaran.
Hoy, sin embargo, le alcahuetea todo a su pequeño que saldrá a las calles a pedir dulces, vestido de marinerito, y acompañado tanto por él como de su mamá, Diana Marcela Castrillón. Y también de Cristian, de seis años, a quien considera su hijo adoptivo. "Ese disfraz de papel y no más. Aunque por allá, cuando terminaba bachillerato, me puse uno de ninja por chacotear na' más. No soy muy amante de disfrazarme, aunque me parece que los niños de hoy lo gozan y hay que darles gusto así no tengamos ni un peso en el bolsillo. De algún lado se sacará".
La historia de Noraldo
Algo semejante parece acontecer con el mejor lanzador de jabalina del país, Noraldo Palacio, quien es poco dado a este tipo de celebraciones básicamente porque tiene una creencia diferente.
Ángelo lo desvela. Es un pequeño de dos años y medio que nació del amor de Noraldo y Diana Milena Valoyes.
"Yo me he disfrazado una sola vez. Recuerdo que fue de viejito y sin los lujos de los disfraces de hoy", cuenta Noraldo.
Esa vez, en su natal Turbo, su mamá le diseñó ese traje con implementos caseros y un bastón. "Creo que tenía como once años. Entonces salimos a recoger dulces por el pueblo. Pero de ahí en adalelante nunca más", agrega.
Él es el típico personaje que perdió esa costumbre por dedicarse de lleno al deporte o porque, simplemente, el dinero de la casa se destinaba a otras necesidades más urgentes. "Nunca me vi en una fiesta de disfraces, pero no soy tan cerrado a esas celebraciones y soy feliz viendo a los niños disfrazados pidiendo confites".
Lo que sí lamenta es que, excepto esa tarde en que EL COLOMBIANO lo reunió con su hijo, disfrazado de angelito, hoy no pueda salir con él porque la distancia los separa: él en Bucaramanga, preparándose para Juegos Nacionales, y Ángelo, en Medellín, con su madre, su guía en esta fecha tan especial para los niños.
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