Lo confieso: además de que me pareció lo más horrible del mundo la chaqueta de Hugo Chávez cuando llegó a Santa Marta, que me la soñé para una pelea de boxeo del Chicanero Mendoza, sentí un halo frío que me entró por mi cuerpo, al ver la desfachatez con la que el Presidente venezolano habló, como si el pueblo colombiano estuviera con él y sintiera un gran afecto por él.
Entonces, ver a Juan Manuel Santos, sonriente, al lado de la persona que más mal ha tratado a las instituciones colombianas y más específicamente a la figura presidencial, que ha dicho que el gobierno nuestro es mafioso, que está lleno de sátrapas y cuanto improperio quieran recordar, no me da buena espina.
Más allá del folclorismo del chamo, con sus ínfulas de bonachón, el halo frío se mantuvo. Recordé aquella foto del Mono Jojoy con Andrés Pastrana y Víctor G. Ricardo. ¿Qué pasa con esa foto? Sencillo: al principio, la foto abrió un compás de esperanza para que las cosas con las Farc se arreglaran. Este país estaba ávido de gestos de paz, desgastado por culpa del terrorismo narcotraficante y con ganas de por fin hacer realidad aquello de que somos un país con una gran riqueza, con todo el potencial, pero que con tanta violencia no íbamos para ningún Pereira. Pastrana le dio cuatro años a ese compás de espera, pero se fueron por un tubo: terminamos a los pies de unos guerrilleros gordos, que andaban en Toyotas por toda la Zona de Distensión y salían en televisión saludando con su fusil terciado, como si no tuvieran mucha sangre de otros derramada entre pecho y espalda.
Y si bien dicen que aquello de mirar por el retrovisor no es bueno, en asuntos políticos hay que aprender del pasado porque un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Sin embargo, confío aún en las buenas intenciones, válidas por demás, de querer restablecer las deterioradas relaciones con Venezuela. Pero hay que hilar delgadito. Óigalo bien, hilar delgadito, porque fácilmente, en unos seis meses, la sarta de improperios contra Colombia se alborota de nuevo en Aló Presidente. No nos olvidemos que aún no hay respuestas frente a las denuncias que el gobierno de Uribe hizo sobre la presencia de guerrilleros en territorio venezolano y para él, en su interior megalómano y revolucionario, siempre seremos unos lacayos del Imperio y unos conspiradores que quisimos matar vilmente a Bolívar.
Así es que, a hilar delgadito. Ya muchas veces con Álvaro Uribe vimos los gestos reconciliadores de Chávez: en Hatogrande hizo chistes y declamó y después, vientos de guerra. Si se comprueba realmente que el gobierno venezolano ha sido auxiliador de las Farc, tenemos que estar moscas, y preguntarnos qué es lo que de verdad quiere Hugo Chávez. No vaya a ser que terminemos otra vez con un montón de dedos metidos en la boca. Ah, y por lo pronto, hagámonos respetar: pidámosle que si vuelve a Colombia, no se ponga esa chaqueta otra vez, eso sí sería una ofensa grande.
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6