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Íngrid la memoriosa

  • Rodrigo Guerrero | Rodrigo Guerrero
    Rodrigo Guerrero | Rodrigo Guerrero
10 de octubre de 2010
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Según el cuento de Borges, el campesino Irineo Funes recibió un golpe en la cabeza que lo dejó con una memoria tan prodigiosa como " la de Ciro, rey de los persas, capaz de llamar por su nombre a todos los soldados de sus ejércitos, o la de Mitrídates Eupator, que administraba la justicia en los 22 idiomas de su imperio, o la de Metrodoro, que profesaba el arte de repetir con fidelidad lo escuchado una sola vez ".

Funes el Memorioso recordaba todo, hasta los detalles más nimios; podía reconstruir todos los sueños, podía recordar, por ejemplo, las formas de las nubes del amanecer de cualquier día de cualquier año, y en varias oportunidades reconstruyó un día entero, pero cada reconstrucción le tomó veinticuatro horas.

Se tiene la creencia de que la memoria es como un notario que registra fielmente todos los hechos que se le presentan y por eso las afirmaciones de Íngrid en las memorias de los seis años y medio de cautiverio, provocaron controversias entre los afectados.

Clara Rojas calificó de infamia la afirmación de que había pedido permiso para quedar embarazada, y Camilo Gómez, Comisionado de Paz en ese entonces, supuso que el trauma del secuestro hizo que Íngrid olvidara la constancia que firmó aceptando los riesgos que corría al viajar por tierra al Caguán.

Pero en realidad, la memoria es un proceso extraordinariamente complejo, en el que intervienen los órganos de los sentidos -vista, oído, olfato, tacto y gusto-, además de la corteza cerebral que analiza, interpreta y almacena los mensajes que recibe de ellos.

Inicialmente se pensaba que la mente era como un telón donde se proyectaban las características de la realidad trasmitidas por los sentidos.

Posteriormente se descubrió que la percepción es el resultado de los estímulos que recibe la mente combinados con lo que previamente se piensa, conoce, desea y cree. En cierta forma se puede decir que cada persona construye una percepción propia, que luego archiva para poder recordarla.

Con el refrán "cada uno ve lo que quiere ver", la sabiduría popular reconoce que más que una fotografía exacta de la realidad, lo que percibimos es como una obra de arte, un óleo en el que la subjetividad de cada artista plasma una semblanza de la realidad, iluminada por su visión personal.

Basta pensar en los requisitos de memoria para almacenar videos en un disco duro, para comprender que sería imposible para el cerebro archivar todos los billones de billones de sonidos, olores, visiones, sabores y experiencias que ha registrado desde la vida fetal.

En realidad, lo que hace la memoria es archivar unas pocas "claves"; por ejemplo, al archivar la experiencia de ir a un restaurante, guarda claves como "buen vino", "excelente carne", "demasiado lento el servicio", luego, en el momento de recordar, la mente reconstruye la experiencia a partir de esas claves.

Está demostrado en múltiples estudios que en ese proceso de reconstrucción, que es inconsciente, la mente rellena los vacíos con detalles que no formaron parte de la experiencia original. También se ha visto que experiencias posteriores modifican el recuerdo del hecho recordado.

No es necesario, pues, invocar ni la infamia ni la amnesia para explicar las diferencias entre las memorias de Íngrid, Clara y demás secuestrados. Aunque todos vivieron la misma experiencia, cada uno la registró de manera diferente y todos escogieron "claves" diferentes, -aunque algunas debieron ser comunes-, a partir de las cuales reconstruyeron su memoria.

Perplejo ante la incapacidad de recordar los detalles de su amada, Juan Ramón Jiménez exclama: "Cómo era, Dios mío, cómo era?... " ¡memoria, ciega abeja de amargura! ¡No sé cómo eras, yo que sé qué fuiste!".

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