Si América Latina quiere estar inmersa en el mundo de las democracias respetables, tiene que recomponer aquellas organizaciones que son la base fundamental de su funcionalidad institucional.
No es posible formar democracias serias, con instituciones débiles y poco creíbles. Es difícil lograrlas cuando la mayoría de los habitantes de la región no tiene confianza ni en los Congresos, ni en los partidos políticos, ni en la justicia. Y máxime cuando los asocian con el poder disociador de la corrupción que se ha vuelto, con honrosas excepciones, en factor común a los estados latinoamericanos.
La última encuesta del Latinobarómetro sobre gobernabilidad en la América que va desde los Estados Unidos hasta Chile, arroja saldos en rojo, sobre la eficacia y la credibilidad que tiene el ciudadano de las instituciones fundamentales que contribuyen a crear Nación.
Los partidos políticos en América Latina están desacreditados. En Ecuador y Perú, apenas tienen un 8% de aceptación y confianza. Donde tienen mayor grado de confiabilidad es en los Estados Unidos, sin superar el 26%. Lo mismo acontece con el Congreso, reflejo y composición de los partidos. En el Perú tan solo el 8% confía en ellos y en los Estados Unidos, un 38% cree que sirven. En ningún país se acerca siquiera al 50%. Todos se "rajan".
La justicia es otra de las poco honradas en esta encuesta. El Perú encabeza la lista de los escépticos sobre la eficacia de esta rama del poder público. Apenas un 16% cree en ella. En Ecuador, el 21%. En Colombia el 35%. El alto grado de impunidad con que está revestida la justicia -lo que contribuye a que se mire como tribunal de última instancia a Cortes y organismos jurídicos externos- conduce a que los ciudadanos pierdan la fe en esta institución, básica para el progreso ético de los pueblos.
Hay un contraste curioso en esta muestra de comportamiento de la opinión pública, sobre las instituciones de la región. Mientras las Fuerzas Armadas registran el promedio de mayores índices de confianza -En Chile del 76%, en México del 74%, en Colombia del 65%- las discutidas ONG no levantan el mismo entusiasmo y confianza de las fuerzas castrenses. Sólo en México despiertan la aceptación del 56%, en tanto en los Estados Unidos apenas el 33% y en Colombia del 39%.
Finalmente, el Latinobarómetro señala que los habitantes de esta parte del hemisferio occidental consideran que el desempleo, la desigualdad, la inseguridad ciudadana y la corrupción, constituyen el cuadrilátero sobre el cual se enmarca el principal escollo para el progreso económico, social y moral del continente latinoamericano. Ya lo dijo Luis Alberto Moreno, presidente del BID: "Los gobiernos deben reformar no solo sus sistemas de seguridad y justicia sino atacar la abismal desigualdad". Ahí están los cuatro elementos más perturbadores del desarrollo que en buena parte se originan en unas instituciones débiles y algunas de ellas -Congreso, partidos y Justicia- en franco deterioro.
Doscientos años después de sus primeros movimientos emancipadores, "las democracias de Iberoamérica luchan contra los problemas estructurales que las agobian". Sorprendidas, asisten al progreso de otros continentes hasta hace poco más atrasados y que hoy la superan en avances científicos, tecnológicos y culturales. Carecen de organismos internacionales que las aglutinen en propósitos comunes. Tanto Unasur como la OEA son instituciones envejecidas prematuramente, sin fuerza vinculante en sus decisiones. Clubes para sostener una burocracia meramente vegetativa.
Con los bandazos y contradicciones en el comportamiento de sus instituciones y dirigentes, la región se entendería mejor a través de la serie animada, "la isla presidencial" que se disfruta entre risa y drama, en Internet.
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