El perro está acostado en el papel. Duerme. El lápiz le hizo el cuerpo y la sombra. También los pelos. El papel tiene punticos y puntotes. Un número a la izquierda: 158. Un número a la derecha: 207. Unas letras en la esquina de arriba: a ver (en cursiva) qué pasa (en mayúsculas). Abajo en toda la mitad, con letra caligráfica, con la P y su corrosco, dice Perro.
Es un perro en un papel. Uno de los tantos papeles en los que José Antonio Suárez dibuja sus tantos dibujos.
"Todo lo que ve, lo que oye, todo lo dibuja. A mí me sigue impresionando esa capacidad de contar una vida en dibujos. Es dibujar y dibujar y es no parar de dibujar. Esté sentado en un avión, esperando un bus, en un restaurante. En todas partes él tiene un papelito y un lápiz. En todas partes dibuja. En una servilleta. Él tiene que estar dibujando". Eso lo sabe su hermano Miguel, que lo ha visto dibujar desde que estaban pequeños.
José Antonio, el dibujante, el hombre de los muchos papelitos, en diminutivo, porque así es su obra, pequeña, dibuja desde que tiene razón. "Siempre dice que le enseñó a dibujar mi mamá, pero no sé por qué". No sabe, porque su mamá no era dibujante, pero sí sabe que su hermano lleva toda la vida dibujando.
Es un gran observador, dicen los que lo conocen. Un hombre minucioso, perfeccionista. Eso no lo tiene que decir nadie. Eso se nota en sus dibujos. "Alguien dijo por ahí que es casi una especie de monje y no está equivocado -señala Alberto Sierra, curador y director de la galería La oficina-. Es una persona dedicada a una labor inquietante. Nunca está ostentando de su obra: el tamaño, el modo como hace que la percibamos. Hay un conocimiento ya muy serio, técnico y plástico".
Trabaja la tinta, el lápiz, la acuarela, el collage. Dibuja el mundo. Lo que ve y escucha. "Es una vida completamente dedicada a lo minucioso, a lo estético -añade Sierra-. Él todo el tiempo está mirando objetos, elementos, asociando. Dibuja en libretas, en hojitas sueltas".
Dibuja en un tiquete de transporte, en una boleta, en un papel que tenga una textura que le permita algo que quiere. En una Moleskine.
"Son papelitos muy escogidos. Ese papel tan especial salió de una libreta de un viaje a París hace diez años o, en estos días, por ejemplo, recicló unos dibujos que había hecho en un papel, los cortó y por el otro hizo un trabajo para nosotros. Siempre los papeles tienen historia, cuenta Pilar Gutiérrez, editora de Tragaluz.
Lo que hace José Antonio es un diario. Sus dibujos tienen fechas. A veces, en palabras del curador, se propone una obra de 365 dibujos. Uno cada día, sin falta, para esa idea, aunque haga muchos más, en el resto del día. "Es un trabajo inagotable. Uno no ve la repetición en las figuras. Hay momentos en que se enamora de grandes personajes. Él se rebusca la historia. Sabe de iconografía. Sabe de literatura. Tal vez es el único artista nuestro, paisa, que está en la colección del Moma".
José Antonio dibuja. Todos los días. Al frente del perro, en la misma hoja 15 del libro, están otros perros. Dos perros, exactamente. Dos pies. Solo líneas.
Los mismos perros, uno que mira allá, otro que mira acá. Otra vez dice Perros y luego, en cursiva, todo lo demás: "domingo 10 de septiembre 2006. Sala de espera y a bordo. Sta Marta Medellín".
En hojas para todos
El libro está cosido como cosen los libros en Tragaluz. Así lo quiso el artista. La idea de sus dibujos en esas páginas también fue de él. La propuesta se la hizo a Pilar. Quería un libro con la serie Dibujos con renglones que expuso en la galería Casas Riegner, en Bogotá. Quería un trabajo conjunto con la galería, con Tragaluz, con su hermano Miguel, que es diseñador y fotógrafo.
"Siempre que hay publicaciones de su obra, las hago yo. Es como un trato que tenemos, porque lo conozco y soy muy respetuoso". También sabe tomarle las fotos a una obra que, explica, no es fácil de fotografiar. No se debe confundir el lápiz con lo que es marcador, o lograr que el lápiz no quede como un manchón negro.
"Este libro reúne una de las últimas series del artista: dibujos en pareja, dibujos que se miran de dos en dos, siempre con ese otro, siempre acompañados, como si fueran dos mitades, como si una existiera solo porque existe la otra", escriben en Tragaluz.
También, casi al tiempo, hay otro texto. Lo hizo con otros, como Miguel, pero esta vez con la editorial Letrarte: José Antonio Suárez Londoño. Dibujos 1999-2011. Una recopilación de su trabajo, en esos tantos años.
"Al pedirte que me aclararas una duda, ¿por qué estos trabajos y no otros?, debí haber sabido de antemano la respuesta: ‘es el azar, diez minutos después habría escogido un grupo distinto, creo yo’, me contestaste. Y yo sé que así fue y ha sido durante todo este tiempo, y que posiblemente nunca cambiará": Henri Mussard, 13 de septiembre 2012. Carta que aparece en la cuarta página.
Para los dibujos de José Antonio hay que acercarse al libro, encontrarse con ese lápiz suave, con ese trazo oscuro, con esa letrica (porque es letrica) que a veces se entiende y a veces no.
Encontrarse con lo que dice Ricardo Silva, el escritor: "Me parece que su obra prueba que el dibujo aún hoy articula la experiencia en el mundo, que así como los realistas en la literatura, tarde o temprano se descubren en el territorio de la mirada -del cómo se cuenta más allá del que se cuenta, del cómo se ve más allá del que se ve-, los dibujantes tarde o temprano bordean la caricatura, el collage, la parodia, el sueño, la pesadilla. Tarde o temprano lo figurativo recrea la mente. Esa, explicarnos eso, es la inmensa contribución de la obra de Suárez".
Ese José Antonio que, vuelven a decir sus amigos, tiene buen sentido del humor, le gusta su vida privada, el silencio, la soledad. No le interesa figurar, lo íntimo es suyo. Lo de los demás son sus dibujos que se pueden ver, que se pueden tocar: el oso de anteojos y la guacamaya de la moneda de 50 y 200, respectivamente, son de su lápiz.
"Suárez lleva, como un amanuense de sí mismo, el dictado diario, cotidiano, de todo aquello, por mínimo y silencioso que parezca, que le es dictado por un amplio entorno, en donde caben los dobleces de papel, la textura de una flor, las lisuras de un muro. Un amplio silabario que nos recuerda a Max Bense al señalar que poesía es cuando dos palabras se encuentran por primera vez": Juan Manuel Roca, en el libro de Letrarte.
Este no es José Antonio Suárez. Es el Suárez de los amigos, de los libros, de lo que dicen por ahí, de lo que han escrito otros. Suárez está lejos, en su casa, para contar de él por sí mismo. José Antonio es lo que dicen sus dibujos.
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