La manera más obvia de medir el desempeño de un presidente es por sus índices de popularidad. No es un medidor exacto ya que es manipulable, pero es un buen referente de la aceptación popular de un gobernante. Basado en ese indicador el exmandatario Uribe pareciera ser una de las mejores administraciones de la historia colombiana. Pero esa es una medida muy variable que puede cambiar fácilmente.
Es suficiente con recordar que el expresidente César Gaviria terminó su mandato con gran aceptación y hoy es considerablemente baja. También que el mandatario Correa en Ecuador gozó de altísimos índices de popularidad y que Chávez probó de la misma miel en un momento. Hoy no es igual. No es un paralelo ya que no se puede comparar el talante de Uribe, ni sus posiciones, con los desaciertos de los mandatarios de los países vecinos. Pero es un elemento de juicio que demuestra que la popularidad no es una estadística perfecta y por eso vale la pena estudiar los altos niveles que sigue teniendo Uribe pese a los escándalos de su administración que han salido a flote.
Nadie niega que en la administración pasada se recuperó el control de zonas que estaban perdidas por la influencia de la guerrilla y los paramilitares, y se generó confianza de la sociedad frente al futuro del país. Pero esa no es la única manera de medir los resultados de su administración. La otra que sigue en importancia y obviedad, es atender a sus promesas. En eso una elección se puede definir como un asunto de compraventa, donde los votantes compran promesas que los candidatos ofrecen. La evaluación del gobierno consiste entonces en mirar si se entregaron los bienes por los cuales la sociedad invirtió su voto. En esto se puede decir que Uribe, básicamente, prometió seguridad, que entregó, y lucha contra la corrupción, la cual quedó en una deuda peor.
Otra manera de medir a una administración es la forma de atender a las políticas públicas. Es decir, las mejoras sostenibles en temas como la educación y la salud. A diferencia del anterior vector, en este caso los ciudadanos no son compradores, sino accionistas y los gobernantes no son proveedores, sino gerentes. Y en esto, parece que Uribe fue un gerente tan hábil que, aunque no manejó muy eficientemente las empresas, sus accionistas no están molestos y culpan de los problemas y atraso de las compañías a los mandos medios. Una última variable de juicio es su comportamiento político y su capacidad de consolidar una red de apoyo, cohesionando a sus partidarios y alentando una sucesión exitosa. En esto Uribe fue invencible y Santos fue su gran beneficiado.
Así pareciera que el lunar terrible de su gobierno es no entregar uno de los bienes que prometió: lucha contra la corrupción. Y eso se demuestra ahora que varios de sus funcionarios cercanos y personajes de confianza de su coalición están pagando penas por parapolítica o en medio de grandes investigaciones por las chuzadas y otros escándalos, en donde, como si fuera poco, el propio Uribe está siendo investigado por algunos de esos temas que tienen que ver con corrupción.
Por esto pareciera que la popularidad de Álvaro Uribe tiene más que ver con la personalidad combativa y frentera del expresidente, que con sus políticas de gobierno.
Pero la percepción de los expresidentes entre la sociedad no sólo depende de la gestión en el gobierno, sino de la manera como manejan sus planteamientos en los años siguientes. Por eso el puesto de Uribe en la historia colombiana, que aun parece incierto, dependerá de la manera como se siga moviendo como exmandatario. Y aunque algunos de sus movimientos han sido erróneos e innecesarios, los resultados de estos parecen que le están funcionando manteniendo sus altos índices de popularidad. Una lección para el presidente Juan Manuel Santos que, afortunadamente en unos temas y desafortunado en otros, no tiene las mismas características.
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