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La ciudad más educada

21 de mayo de 2009
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Justo en la fecha que se celebra el día clásico de los maestros se me ha ocurrido una consideración en torno al lema "Medellín, la ciudad más educada", acuñado desde el inicio de la alcaldía de Sergio Fajardo, y que se ha convertido en reto y referente de nuestra ciudad.

En ese sentido, el abanico de acciones administrativas y de sensibilización a la ciudadanía ha llegado a tal punto que ya esta visión ha tenido reconocimiento y destacadas repercusiones en el país y fuera de nuestras fronteras.

A tal consideración quisiera agregar una precisión sin la que aquella formidable idea no pasaría de ser un propósito de gobierno. El asunto es puntualizar que "la ciudad más educada" es la visión, el horizonte, la utopía a la que apuntamos nuestro empeño como habitantes de la capital antioqueña, pero será "la ciudad educadora" la escena precisa que le dará cuerpo y construcción histórica a ese propósito.

Ahora, ¿a quién corresponde ese cometido? Es común entender, como cosa que no necesita aclaración alguna, que el asunto de educar le concierne sólo a la escuela y a los maestros o, como globalmente lo hemos expresado, al sector educativo.

Pero sería un gran error apuntarse a esta, seguramente la más fácil de las respuestas. La ciudad educada, más que en las aulas o en las instituciones educativas, tendrá que jalonarse y evidenciarse en la vida cotidiana, en el transcurrir de todos los días y escenas de la ciudad. Los que en ella habitamos y quienes nos visitan tendrán que percibirlo en las taquillas de banco, en los conductores de vehículos de transporte público, en la diligente y respetuosa atención de los despachos oficiales, en el respeto de todos por las normas de tránsito, en el esmero por el medio ambiente, en la cordialidad de nuestra gente, en la convicción que logremos inculcar en los jóvenes que acompañamos, como maestros o padres, de que el bachillerato no es la última meta de formación, en el triunfo del respeto por la vida, en el crecimiento de la conversación y la capacidad de conciliar para zanjar diferencias, en la cultura del trabajo honrado.

Indudable que, para este propósito, la escuela y los maestros pondremos nuestra parte, y con toda la pasión, pero sabemos que nuestra labor será desierta si no está acompañada de la aportación de cada cual, según el rol que le corresponda en la sociedad, para avanzar del sueño de "la ciudad más educada" a la realidad de "la ciudad educadora".

En otras palabras: aunque no seamos conscientes de ello, todos somos educadores y tenemos para ese rol una herramienta, quizás más efectiva que las aulas de clase: la de los modos que nos delatan en el cotidiano transcurrir de cada día.

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