Bonita manera de celebrar el Día del Medio Ambiente en Colombia: amenazando, aún más, a la tortuga coriacea. Quienes amenazan son funcionarios que no entienden que hay otras formas de vida además de la humana y que el hombre, como especie inteligente, debería tratar de salvar.
La situación es clara: para la continuación de la Panamericana, un embeleco de algunos colombianos, se propone una costanera, carretera que va por la línea de costa.
El beneficio inmediato de la apertura de esa vía será para terratenientes que ya poseen grandes hatos ganaderos, y para madereros y palmicultores posiblemente. Por eso se quiere acabar a toda costa con una de las regiones de más alta diversidad en Colombia: tras toda nueva obra vienen los invasores y depredadores. Cualquier mente de mediana inteligencia sabe que es así.
El beneficio indirecto será para quienes puedan darse un paseo en su auto de país a país y poco más, pues el transporte de mercancías es más viable por otros medios.
De marzo a junio, en las noches, decenas de enormes tortugas, que pesan hasta 600 kilos y miden unos dos metros, -las tortugas más grandes que quedan en el planeta- salen a las playas de Acandí (Chocó), a anidar. Y tras depositar sus huevos, se internan en el mar.
La especie está en peligro crítico de extinción en el listado de La Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza.
Voluntarios y científicos las reciben para ayudarles en su proceso reproductivo y proteger la nidada, única manera de asegurar para las generaciones futuras, estos enormes saurópsidos. No resisten la presencia humana numerosa. No resisten la luz artificial, que las desorienta.
Son pesadas, emergen del mar con lentitud, se adentran de 5 a 15 metros en la playa moviendo con dificultad sus aletas y puestos los huevos retornan a su hogar. No volverán hasta el año siguiente, en un hermoso ritual que no alcanza el entendimiento de los burócratas.
Las de Acandí son una de las dos playas en donde anidan en Colombia. Y lo que debiera ser un inmerecido honor y orgullo, parece importar poco. La costanera sería arrancarles su caparazón oscuro.
La esperanza para ellas no viene de Colombia. La Panamericana no tiene el camino ganado al otro lado de la frontera. Y tampoco lo tiene en los grupos ambientales ni entre los gobernantes externos que creen que hay que proteger la vida. Menos mal.
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