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La existencia vacía

06 de junio de 2008
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La otra Colombia: la grande, la profunda, "la que huele a caña, tabaco y brea", la que se visibiliza sólo cuando una tragedia la atropella o unos candidatos en campaña le declaran su amor de pocas horas?; esa Colombia en la que suele ensañarse la violencia y la naturaleza se hace sentir con mayor rigor. Porque tiembla la tierra, porque está entre fuegos cruzados, porque se prende un volcán o se desborda un río, porque el verano intenso le seca el corazón o el invierno implacable le ahoga la esperanza. Por lo que sea, la otra Colombia sufre y, a pesar de estar asentada en gran parte de la geografía nacional, para los que sí tienen voz y voto, su importancia es circunstancial y pasajera.

Ahora mismo, mientras personajes y personajillos se arrebatan la palabra, se pelean, se acusan y se despelucan alrededor de una "silla vacía" -"silletería vacía" sería un término más apropiado, tratándose del Congreso de la República- a la que ya estamos acostumbrados los ciudadanos por cuenta del ausentismo que caracteriza, con pocas excepciones, al gremio de los Honorables Padres de la Patria, el país está pasado por agua y las cifras de los damnificados estremecen a cualquiera que tenga un mínimo de compasión por el prójimo. (Algunos de los asistentes OEA la tuvieron. Y el alcalde Salazar y el presidente Uribe prefirieron acompañar a los habitantes de El Socorro que atender todo el tiempo a los visitantes extranjeros. Buena esa, gobernantes).

No hay que hacer mucho esfuerzo para percibir la realidad. Con mirar más allá de la nariz es suficiente para enterarse de que la renuncia de Vargas Lleras a su curul, o los impedimentos de éste o aquel para votar la reforma política, o las declaraciones de la imperturbable Nancy Patricia, o las dudas radiales de la senadora Parody, o las enardecidas arengas de Piedad (Turbante) Córdoba, o las declaraciones urbi et orbi de los ex presidentes, con todo y el interés que puedan en algún momento tener, no trascienden el género menor de la opereta si se comparan con el drama de la "existencia vacía" que ha robado o cambiado la vida de miles de colombianos, ante la miopía del país político y el silencio de arquitectos, ingenieros, urbanistas, jefes de planeación, organismos de control y autoridades, que no han sabido o querido tomar cartas en el asunto e intervenir de manera preventiva para que la parte del desastre que se puede evitar, se evite, y no haya después que llorar lo sucedido. Como siempre. Como lo hacemos de nuevo los que todavía tenemos lágrimas, ajenos, casi todos, a las esferas del poder.

Me pregunto: ¿Cómo podemos dormir y comer y respirar, sabiendo, que según la Cruz Roja, llega a 200 mil el número de afectados por el invierno?, ¿sabiendo que Antioquia encabeza la lista de los 27 departamentos afectados?, ¿sabiendo que hasta ahora se reportan más de 60 muertos y cerca de 100 heridos graves? ¿Cómo podemos dormir tranquilos sabiendo que a 28 de los muertos se los tragó la tierra, aquí no más, en El Socorro? "Eso era un tra-tra-tra con la presión que traía. Parecía una M-60 a medida que se iban derrumbando las casas, pero lo sentí cuando se metió a la mía", le contó un desolado sobreviviente a un reportero de este periódico que estuvo allí.

Para calibrar la magnitud del sufrimiento no basta con ver a los protagonistas en la televisión; lejanos, a pesar de la inmediatez. Hay que estar allí. Lo digo con conocimiento de causa: me tocó cubrir -entre otras tragedias- la de Villa Tina en los comienzos de mi ejercicio periodístico. Y desde entonces he comprobado, en repetidas oportunidades, que el alma duele; de los pies a la cabeza. Y los muertos, los desaparecidos y los heridos tienen rostros, nombres, apellidos, familias, amigos, historias..., señales de identidad que los periodistas no podemos dejar que se desvanezcan en esa fosa común en que se convierten las estadísticas. Porque para personas como César Augusto Zapata, por ejemplo, sus muertos no son 7; son: un hijo, la mamá, el hermano, la cuñada, dos sobrinos y un tío. Todo. Le quedó su existencia sí, pero vacía. Bien lo expresó una sabia vecina suya: "Son muchos recuerdos que tengo que ahora no soy capaz de recordar".

Y la "silla vacía" ahí. Qué vergüenza ajena.

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