El prohibicionismo exagerado es fuente de acciones clandestinas y desafíos a la autoridad, como viene sucediendo en cada fin de año, sobre todo a partir de la invención de la mal llamada alborada, que volvió a detonar antenoche en la caja de resonancias del Valle del Aburrá.
Hace algún tiempo, cuando la pólvora de salón no estaba proscrita, podían conseguirse chispitas en los almacenes y las aceras. Ningún papá estaba expuesto a que lo privaran de su libertad por iluminar las celebraciones familiares del 24 y el 31 de diciembre con chorrillos, pilas, volcanes y rodachinas, que se obtenían en las casetas instaladas en las afueras de la ciudad, inofensivos si se manipulaban con precauciones.
Hoy nos toca privarnos de esas alegrías hogareñas que eran tan tradicionales como la novena ante el Pesebre, los buñuelos y la natilla y en cambio hay que soportar el reto de las explosiones aturdidoras en cada cuadra, porque la pólvora sigue produciéndose y repartiéndose en abundancia, a pesar de la persecución implacable y los enormes decomisos en Medellín y los municipios vecinos.
La alborada sucede a destiempo: Debería ser a la hora del amanecer, del alba, del rayar el día, como corresponde al significado de la palabra. Pero arranca desde las 12 en punto de la noche, cuando nace diciembre. Esta podría ser la primera modificación recomendable, si fuera a pensarse en formalizar un evento que estalla no se sabe cómo ni por obra de quiénes, pero que podría regularse y civilizarse porque en definitiva se ha entronizado en la agenda de la temporada.
Erradicar la pólvora en una sociedad es casi un imposible. Lo que debe hacerse es, para restarle el gusto por lo prohibido, la clandestinidad y el carácter ilícito que la envuelve hoy en día, es organizar la producción, la venta y el consumo. Las Fallas de Valencia y la Mascletá de Alicante, por ejemplo, son festejos instituidos, amparados por la autoridad, pero sometidos a una organización rigurosa, que empieza por separar los fuegos artificiales y las explosiones. Hasta hay academias para el buen manejo de la pólvora.
Algo parecido podría hacerse en Medellín y se le sumaría a la ciudad, con todas las de la ley, un atractivo especial en esta época en que se colma de visitantes impresionados con el espectáculo de luces del alumbrado, la exuberancia comercial y la hospitalidad de siempre.
La organización y el control pedagógico y preventivo de la pólvora, mucho más que la restricción punitiva, pueden contribuir a que la alborada deje de ser una celebración tormentosa y desafiante y se convierta en un motivo más de mejoramiento de la ciudad más interesante del mundo, y ojalá también la más innovadora y educada .
Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6