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La fugacidad y el hoy eterno

  • Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
    Ernesto Ochoa Moreno | Ernesto Ochoa Moreno
15 de abril de 2011
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A veces me dan las seis de la tarde donde el padre Nicanor y entonces me pide, luego del ángelus, que lo acompañe a un rato de oración. Una meditación conversada, como a él le gusta decir.

-A mí, hijo, me encanta el color de ese instante del atardecer en que el día se hunde en el ocaso. Es el color de la fugacidad, que destapa también un cierto aroma de eternidad.

-No nos vamos por ahí, tío, que, conociéndolo yo a usted, va a terminar en pensamientos tristes sobre la vejez, el morir, el "tiempo que fluye irreparablemente", la eternidad y?

-¿Y?? ¿Por qué no terminas? Dilo: ?y Dios. ¿Te da miedo?, ¿te da pereza? Me chocan esas actitudes tuyas medio ateongas.

-No sea tan susceptible, padre. Pero está bien, me chanto el guante. Usted perdone.

-No, hijo, tal vez sea porque ya mañana es Domingo de Ramos y con la Semana Santa se me revive la nostalgia pastoral de cura suelto. Pero no quise ofenderte.

-Está bien, tío, no se preocupe.

-Yo siempre he dicho que esa amarga realidad que despierta el pensamiento del morir, del tiempo que se nos escurre entre los dedos, se puede redimir si aceptamos que en la caducidad y la fugacidad de la existencia se esconde una semilla de serenidad. No se trata de pensar en la muerte, sino de vivir hondamente la misma condición humana y saber que nuestra grandeza es ser fieles a ella.

-Pero eso sí, padre, sin aspavientos, sin pesimismos, sin misticismos vacuos. Nada de mojigaterías ni beaterías.

-Se trata de estar anclados en la fugacidad y hacer de ella la arcilla de nuestros sueños y nuestras aspiraciones.

-Me gusta esa idea, tío, y diría, medio contagiado del tono poético de su reflexión, ya que mencionó la arcilla (tan bella palabra), que el destino del hombre es ir moldeando con humildad de alfarero este jarrón de la vida que tarde o temprano se volverá añicos.

-O mejor, si me lo permites y abriendo un postigo a la fe, descubrir que es Dios el alfarero de este barro de la caducidad, que a medida que se seca adquiere el color de desleída nostalgia que tiene el último instante del atardecer.

-Dios, el alfarero de la condición humana. Me gusta. Pero ha pronunciado usted otra palabra que es vital en este misterio del tiempo y la eternidad: el instante. El instante vital, como decía Fernando González Restrepo, de cuyo fallecimiento se conmemoraron diez años la semana pasada. El único libro que publicó en vida el hijo del filósofo de Otraparte se titulaba precisamente " El instante vital ". Era un regocijo filosófico y espiritual hablar con él de ese tema.

-En el instante, muchacho, radica el misterio del tiempo y el misterio de la eternidad.

-Y el secreto de la vida. Y el secreto de la felicidad, añadiría yo.

-Santa Teresa de Lisieux, que era perspicaz para adentrarse en el misterio, habla en una poesía suya de "el hoy eterno" ( l'eternel aujourd'hui "), para referirse a la eternidad. " Mi vida es un instante/ una efímera hora/ momento que se evade y que huye veloz ", así comienza el poema mencionado, que se titula " Mi cántico de hoy " y repite un estribillo: " ?nada más por hoy ".

-Al fin, tío, me echó usted su sermoncito de Semana Santa. Voy a pensarlo.

-No pienses tanto, muchacho, sino vive, vive intensamente. Vive el hoy. Vive el instante. Esa es la "infancia espiritual" de Santa Teresita. Sólo un niño es capaz de escapar del naufragio del tiempo.

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