Me preocupa que el padre Nicanor, mi tío, está cada vez más abstraído de la realidad. No quiere saber nada de la actualidad. Está como ido, me comentó Mariaengracia. Y me atreví a regañarlo.
-Usted, padre, es un desertor de la actualidad y se vanagloria de ello. Me parece muy mal hecho. No disfrace de humildad la cobardía. ¿Si no es de la actualidad, entonces de qué hablamos?
-Por qué no me preguntas mejor sobre qué nos quedamos callados. El diálogo de los silencios es muchas veces la mejor conversación. Pero ya que sacaste a relucir una palabra tan inactual como la humildad, hablemos de ella.
-¿La humildad? No sea anticuado, tío, eso ya pasó de moda. Qué aburrición que usted se ponga ahora a sermonear y echar platiquitas de retiros espirituales.
-Pues de eso voy a hablar. Tal vez te sirva. Si no te gusta, das media vuelta y te vas.
-Está bien, padre. Lo escucho humildemente.
-"Humildad es andar en verdad", decía Santa Teresa, cuya frase "ir comenzando siempre de bueno a mejor", trajiste tú mismo a colación con acierto en tu columna del sábado pasado, al hablar de la búsqueda de la perfección.
-A propósito, estoy seguro de que usted, que es avezado lector de la santa carmelita, se conoce de memoria su libro " Camino de Perfección".
-Lo leo a menudo porque he descubierto, no sin un regalado asombro, que ese clásico de la literatura mística (y ojo con la herejía que voy a decir) no es sino un delicioso tratado de la imperfección. En el fondo, lo que la santa de Ávila enseña, con el inconfundible lenguaje coloquial con que se dirige a sus monjas, es cómo caminar en medio de las imperfecciones, que ella llama tentaciones o pecados.
-Eso me consuela un poco más, padre. Yo amo la imperfección.
-Santa Teresa enseña, pues, a aceptar la condición humana por medio de la humildad como actitud vital, y de la oración (que ella define como un trato de amistad) como recodo de recogimiento para un amoroso abandono en Dios.
-La humildad de ser hombre, de aceptar la condición humana. Me gusta.
- Y esa humildad, como dice Santa Teresa (está aquí, en el capítulo 39 del " Camino de perfección "), "no inquieta ni desasosiega ni alborota el alma, por grande que sea, sino viene con paz y regalo y sosiego?". Es la humildad del que se reconoce imperfecto, muy distinta de la humildad del perfeccionista. La primera, en palabras de la santa, "viene con una suavidad en sí y contento que no querríamos vernos sin ella. No alborota ni aprieta al alma, antes la dilata y hace hábil para servir más a Dios. Estotra pena todo lo turba, todo lo alborota, toda el alma revuelve, es muy penosa".
-Ya entiendo, tío. Esa otra humildad, a la que la autora se refiere como "estotra pena", es la vanidosa búsqueda de la calidad total, tan de moda en administración, que puede que dé plata a las empresas, pero a los seres humanos uncidos a esa máquina de guerra comercial sólo les deja ansiedad y estrés, en un clima de discriminación insoportable.
-Bien has dicho. Y, por si acaso, también proporciona infarticos, úlceras estomacales, ansiedad, depresión, desgana de vivir una vida ficticia.
-Mire, pues, tío, cómo hasta algo tan inactual como la humildad se puede volver actual.
-Y para despedirme te voy a dar un consejo: por la noche, arrumba en el sueño, o derrama en las manos de Dios, el manojo de insatisfacciones que deja un día. Los llaman fracasos. No hay tal. Es el pago normal de la condición humana. Yo, por mi parte, prefiero mis imperfecciones a las leyes del éxito.
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