Luego de la profunda alegría por el rescate en la Operación Camaleón de los cuatro uniformados de la Policía y del Ejército, tras la valiente acción humanitaria de las Fuerzas Armadas, es pertinente invitar a una reflexión sobre el presente y futuro de las Farc, en la que prime el ánimo de reconciliación para el país, que en 200 años de vida independiente tan sólo ha vivido escasos nueve lustros de paz, tal como sabia y frecuentemente nos lo recuerda el Presidente Álvaro Uribe.
Hay que reiterar que, si bien los orígenes de las Farc fueron los de cualquier insurgencia, con la supuesta intención de mejorar el orden social, cayeron en el secuestro, el narcotráfico y el terrorismo. No es simple retórica que desde hace ocho años el grupo sea considerado terrorista por la Unión Europea. Y las Farc siguen demostrando que no les importa. Un ejemplo es que antier dijeron que si bien "salían unos, llegaban otros", refiriéndose a los últimos rescatados. ¡Qué cinismo!
Está claro que las Farc no cometen delitos políticos sino actos terroristas, y como tal son considerados por la comunidad nacional e internacional, salvo algunos ilusos y románticos que aún creen en su nobleza. Ese desprestigio no es fruto del simple azar. Es el resultado de sus propias acciones, pues se dedican al negocio de las drogas ilícitas; a secuestrar y convertir a sus plagiados en botín político o mercancía a quienes se les tasa en dólares; a violar el Derecho Internacional Humanitario y los Derechos Humanos atentando contra la población civil, y usando métodos inaceptables de guerra, como las minas antipersona y gruesas cadenas. ¡Toda una barbarie contra sus víctimas y la humanidad!
También es cierto que militarmente las Farc no están derrotadas, pero sí fuertemente debilitadas. Y "aunque la culebra sigue viva", los últimos golpes propinados por las Fuerzas Armadas contra el grupo deberían poner a reflexionar a su máximo jefe, alias Alfonso Cano, sobre el presente inmediato y el futuro de la organización que comanda, aprovechando la mano tendida del Gobierno Nacional a través de la política de Seguridad Democrática y su plan de desmovilización, en el que ya hay reinsertados a la vida civil 53 mil antiguos integrantes de los diferentes grupos terroristas.
Las Farc no deberían hacer caso omiso del rechazo y desprestigio nacional e internacional que generan, máxime cuando ya son identificadas como terroristas y viles narcotraficantes. Como auténticos mafiosos.
El camino de la desmovilización es la vía que les queda a las Farc para presentarse al mundo con algo de decoro y que les permita, así sea en una mínima parte, reivindicarse con el pueblo que dicen representar, siempre y cuando esa desmovilización esté previamente acompañada de la liberación, sin condiciones, de todos los secuestrados.
El Presidente Álvaro Uribe, al igual que los ciudadanos de buena voluntad de este país, quiere la paz pero no a cualquier costo ni en medio de secuestros y droga. Como lo hemos sostenido, la libertad sin condiciones de los plagiados es esencial si se quiere llegar a la reconciliación. La libertad sería el camino para establecer un diálogo formal, fijar un esquema de negociación y finalmente entrar a negociar. Lo que podría llevar a una auténtica paz integral, aceptable por la sociedad en pleno.
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