Para muchos observadores la Sexta Cumbre Unión Europea-América Latina, realizada en Madrid, pudo haber sido una cita más, donde imperó la retórica, pero sin duda para Colombia y varios países latinoamericanos es el inicio de una nueva relación, donde el comercio marca la nueva hoja de ruta, si bien resulta cuestionable el poco avance en el compromiso político, para superar graves problemas como la pobreza, la amenaza terrorista, el tráfico de drogas y el cambio climático.
Los acuerdos comerciales firmados entre la Unión Europea y varios países de América Latina, incluyendo la firma del TLC con Colombia (que es sólo el inicio de un largo proceso hasta obtener su ratificación por los parlamentos de cada país), muestran el buen ánimo que imperó en el encuentro para avanzar hacia un mundo económicamente globalizado y multipolar, como una forma de superar el abismo que existe entre sus procesos de desarrollo económico.
Pese al reconocimiento que se hizo en esta cita de la fortaleza de algunas economías latinoamericanas que lograron sortear con mejor éxito la crisis económica mundial, que aún golpea en forma grave a Europa, nuestra región sigue ausente de las grandes decisiones estratégicas y fragmentada como bloque, sin poder de negociación, por las mismas diferencias surgidas en su seno, ante las corrientes que impulsan algunos gobernantes que quieren volver a un socialismo trasnochado que contradice la forma en que hoy el mundo se relaciona.
Sin embargo, además de la firma de los acuerdos de libre comercio con Colombia, Perú y Centroamérica, hay que abonar la voluntad expresada durante la cumbre, por los líderes de naciones europeas, para reanudar en julio las negociaciones de liberalización comercial con Mercosur (Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay).
En el tema ambiental, pese a la urgencia que demanda un cambio climático, cuyo avance ha hecho que hoy se perciban efectos que sólo pensábamos que eran una amenaza futura, fue poco lo alcanzado, salvo el reconocimiento de la necesidad de unificar una agenda en Unasur y Mercosur, para la reunión de diciembre, en México, a la cual la región deberá llegar con una propuesta concreta y concertada.
Es lamentable que por nuestras propias divisiones y discrepancias en torno a ideales democráticos de progreso y bienestar para los pueblos, América Latina no sea considerada aún un socio estratégico importante para debatir asuntos tan cruciales para el futuro de todos los países como la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Y grave, si esta omisión pretende eludir el compromiso europeo en materia de corresponsabilidad.
La cumbre, a la que asistieron líderes de 60 países, 27 europeos y 33 latinoamericanos, se celebró con notables ausencias como las de los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez; de Nicaragua, Daniel Ortega; y de Cuba, Raúl Castro, quizás por lo poco que tienen para ofrecerle a Europa en una nueva relación donde el comercio, sin ataduras ideológicas, no pueda utilizarse como un chantaje, como lo ha pretendido nuestro vecino.
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