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La paz: los puntos sobre las íes

Mientras ayer en Oslo un brillante Humberto De la Calle definió con precisión los límites de los diálogos y excluyó la retórica, las Farc se presentaron al mundo ancladas en el pasado.

18 de octubre de 2012
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Mucha gente pudo sentirse irritada e incluso violentada con el discurso pronunciado ayer en Oslo por alias Iván Márquez.

Ciñéndose al libreto tradicional de la retórica fariana, el guerrillero aprovechó sus 30 minutos de cobertura internacional para lanzar un memorial de agravios, insultos y amenazas contra personas concretas.

Oyendo a Márquez , cuántos colombianos pudieron pensar, “¿por qué volver a esto otra vez? ¿Por qué aguantar tanto cinismo?”.

Pero el proceso apenas comienza. Ya las cartas del diálogo están sobre la mesa, el apoyo social es suficiente, y a la generosidad de los colombianos para acompañar al Gobierno en un nuevo intento de paz, habrá que sumar, ante todo, mucha paciencia.

A su extenso historial de violencia criminal, las Farc quieren teñirlo de noble derecho a la rebelión contra las tiranías totalitarias.

A su largo listado de víctimas, uno de los más numerosos de grupo violento alguno en décadas enteras de la historia mundial, quieren invisibilizarlo bajo el manto falaz de una autovictimización, donde son ellos, los guerrilleros, los agredidos por la sociedad.

A quienes producen trabajo, riqueza legítima e inversión con confianza en el país, las Farc quieren estigmatizarlos como explotadores, como especuladores, como expoliadores.

La mayor trasnacional del crimen de América Latina, el mayor cartel de drogas del hemisferio occidental, quiere la crucifixión de las “multinacionales” que invierten lícitamente en Colombia y derivan su patrimonio de algo tal vez desconocido para los jefes guerrilleros que se lucran del narcotráfico: el trabajo esforzado en la producción de bienes y servicios legítimos.

Los medios de comunicación de Colombia, que en un entorno difícil y violento han -hemos- defendido a capa y espada la democracia, la discusión pluralista y la libertad de ideas y pensamiento, nos gradúan de “inicuos”. Viniendo el epíteto de quien viene, puede constituir un honor.

Muchos pensaban que las Farc llegarían con un discurso distinto a Oslo. Ayer mismo, en una entrevista a La República -concedida antes de la arenga de alias Iván Márquez - el expresidente Andrés Pastrana manifestaba que “ahora el discurso de las Farc no es tan extremista como el que podía tener Tirofijo ”. La verdad es que es el mismo discurso, inalterable, que se oía en las épocas del Caguán.

Pero ayer hubo algo evidentemente distinto. Un brillante Humberto De la Calle , jefe de la delegación gubernamental, puso las cosas en su sitio. Claro, sin ambigüedades, sin dubitaciones, con firmeza serena, restringió cualquier posibilidad de que estas conversaciones se vayan al espacio infinito de elucubraciones revolucionarias.

Ayer vimos a un jefe negociador que inspiró confianza. Luego del destemplado discurso de Márquez , la voz firme de De la Calle hizo que muchos colombianos respiraran más tranquilos.

Comenzó con una declaración de principio necesaria: no seremos rehenes de este proceso. Para luego enunciar rotundamente, para que lo entendieran todos: no se va a negociar el modelo económico, la seguridad jurídica a los inversores, la política de defensa, ni la legitimidad militar del Estado. Solo los cinco puntos de la agenda serán discutidos. Y un mensaje perentorio: las Farc tendrán que darles la cara a sus víctimas.

En la rueda de prensa, un Iván Márquez más dubitativo, de respiración agitada, teniéndose que apoyar en sus camaradas de mesa, matizó su discurso e hizo más énfasis en la voluntad de paz.

Esto apenas comienza. Por lo pronto, la institucionalidad y el Estado de Derecho parecen tener asegurada una voz ecuánime y firme en la mesa.

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