Sihace 15 años, en plena avalancha migratoria de colombianos a España, alguien les hubiera dicho que el panorama de este país en el futuro iba a ser el de un Estado con una crisis estructural y una postración económica y social como la que sufren hoy, nadie le hubiese dado credibilidad.
España está llena de problemas. Pasó de ser un ejemplo de cumplimiento de los criterios de estabilidad y desarrollo exigidos por la Unión Europea, para volver a ser un país necesitado de ayudas y constante asistencia para poder salir adelante. Y en ello ha tenido mucho que ver la pésima dirigencia (política, sindical, económica) y el paupérrimo liderazgo de sus dos últimos presidentes.
De forma casi unánime, incluyendo voces dentro de su propio partido, se considera que el anterior presidente del Gobierno, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, ha sido el peor gobernante desde que España retornó a la democracia, en 1975. Y de forma mayoritaria, también, se considera que el actual, Mariano Rajoy, no ha dado la talla para sacar a su país de la postración.
Es cierto que con la herencia que recibió, Rajoy no podría haber hecho milagros en el año largo que lleva gobernando. Fue tan desastroso lo que encontró, que apenas ha logrado adoptar medidas económicas de choque, ciertamente opuestas a todo lo que llevaba años pregonando desde la oposición. Pero su falta de liderazgo, su incapacidad de comunicar con un mínimo de eficacia la conveniencia de las medidas que adopta, o sus largos silencios en momentos de crisis, han hecho que los españoles estén en el umbral mismo de la desesperación y la revuelta.
Para acabar de ajustar, todos los días los españoles se desayunan con las noticias de escándalos de corrupción, con la inmoralidad de sus dirigentes políticos. Mientras a los ciudadanos se les reclama estoicismo ante el agudo desempleo y la eliminación de beneficios prestacionales, quienes se lo exigen, los políticos, dan un espectáculo bochornoso de desvergüenza.
Los dos grandes partidos, el socialista (PSOE) y el Popular (PP), llevan a cuestas casos de corrupción, que en España provocan gran indignación pública pero que ya, al igual que en Colombia, hacen parte estructural del sistema político.
Se ha sabido, vía judicial, que quien fue tesorero del PP tenía 22 millones de euros en Suiza, que no ha podido justificar. La Comunidad Valenciana, gobernada por ese mismo partido, lleva años hundida en una corrupción sin precedentes. Y en Andalucía, gobernada desde 1982 por el PSOE, la continuada malversación de fondos tiene impunidad garantizada, pues son reelegidos por los votantes una y otra vez.
Para los economistas, un país con un desempleo mayor al 15 por ciento es una bomba. En España, el desempleo ahora va a llegar al 25, y entre los jóvenes es del 55 por ciento. Los profesionales españoles, preparados y con estudios superiores al pregrado, están buscando oportunidades en el exterior. La pérdida que ello implica para su país es incuantificable.
Y si la situación económica no se estabiliza, la institucional y territorial tampoco. Los gobernantes de Cataluña ya apuestan abiertamente por la independencia, y el Gobierno de Rajoy no sabe cómo reaccionar. Los vascos seguramente radicalizarán también sus pretensiones secesionistas, y las exigencias al Gobierno central serán cada vez más desafiantes.
No se ve un líder que pueda encarar la crisis. Hasta la monarquía está dañada. Los españoles, que llegaron a mirarnos como "sudacas" dignos de conmiseración, están en la olla.
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