No debe pasar desapercibido que la semana pasada, cuando anunció el cambio de la cúpula militar y policial, el presidente Juan Manuel Santos les fijó a los nuevos comandantes tres tareas específicas: trabajar coordinadamente para debilitar "aún más" a los grupos terroristas y sus fuentes de financiación; ofrecer mayor cercanía e interacción con la población civil, y ajustar y fortalecer los mecanismos para la seguridad ciudadana.
Como ejemplos de las falencias en este último punto, el presidente Santos se refirió de forma expresa a la microextorsión, el microtráfico de estupefacientes y el hurto de celulares. Podrían ser muchas más, ya que la inseguridad urbana azota desde múltiples flancos a la ciudadanía.
De los tres grandes retos, la Policía tiene protagonismo en los tres. Su actividad misional se relaciona directamente con todos ellos. Y con los muchos otros que adicionó el presidente al entregar, el pasado sábado, el mando al mayor general Rodolfo Palomino López: fortalecer la policía comunitaria por cuadrantes; hacer el mejor uso de la inteligencia investigativa para acabar con las bandas criminales; aprovechar el desarrollo de la tecnología como apoyo a la justicia; asignar estratégicamente el pie de fuerza policial ante la demanda inabarcable de agentes por parte de las ciudades y pueblos; coordinar una mejor comunicación -rápida, efectiva- con alcaldes y gobernadores y, finalmente, una crucial: la lucha contra la corrupción. Contra la corrupción, también dentro de la misma Policía.
Hace poco más de un mes, nos llamó poderosamente la atención un artículo de opinión del exdirector de la Policía, el general (r) Óscar Naranjo ("No más manzanas podridas", El Tiempo, 14 de julio de 2013), en el que, con la mayor sutileza pero también con claridad meridiana para quien quisiera entenderlo, el respetado estratega expresaba que "a los cuerpos de policía los persiguen cuatro monstruos que es necesario contener. La amenaza de la corrupción, el uso excesivo de la fuerza o brutalidad policial, la falta de efectividad y la insolidaridad".
Al hacer patente su preocupación por la corrupción aún imperante en la institución policial, el más carismático director que ha tenido esa fuerza en décadas hace una invitación para erradicar el manido lema de "las manzanas podridas" cada que se destapa un caso de corrupción en la Policía, ya que en su concepto, que compartimos, "lo que resulta inexplicable es que las llamadas ‘manzanas podridas’ puedan sobrevivir sin que las manzanas no contaminadas, que son la inmensa mayoría, las rechacen y denuncien".
De tanto acudir a la frase de cajón, se banaliza y rutiniza un problema que es acuciante, gravísimo, y que causa tanto o más daño a la legitimidad institucional que la criminalidad común.
Aquí nos congratulamos con el nombramiento del general Palomino como Director de la Policía. Lo reiteramos ahora, y lo hacemos también con el ascenso a la subdirección de la general Luz Marina Bustos. Si bien desde la perspectiva de género es una buena noticia, lo es ante todo por su lealtad a la institución, su compromiso y las capacidades demostradas a lo largo de su ejemplar carrera.
Los comandantes policiales deberán atajar la sensación -derivada de una preocupante realidad, por supuesto- de que la corrupción en esa institución vuelve a campear. Están justo a tiempo de remediarlo y retomar el buen rumbo.
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