Todos los gobiernos del mundo, independientemente de su orientación ideológica, están teniendo que recalibrar su brújula diplomática para adecuarla al cambio que ha tenido lugar en Estados Unidos. Dada la importancia que tiene para Colombia la relación política, económica y militar con la nación del norte, la revisión de la agenda bilateral adquiere cierta urgencia.
Un enfoque realista de la situación no recomienda hacerse demasiadas ilusiones acerca de la aprobación del TLC con Colombia en las sesiones del Congreso norteamericano que se inician el 17 de noviembre.
En declaraciones acerca del programa legislativo prioritario de la nueva administración, el representante por Illinois, Rahm Emanuel, reiteró la oposición demócrata a la propuesta de los republicanos de vincular el TLC con Colombia al programa de estímulo económico. En su calidad de Jefe de Gabinete de la administración Obama, Emanuel tendrá a cargo las relaciones de la Casa Blanca con el Congreso. Por su reputación como hábil operador político y negociador duro, se le considera el puño de acero en el guante de seda de su jefe, a la vez que el alter ego de Barack Obama. Su pronunciamiento acerca de la agenda legislativa inmediata tiene el doble carácter de ser una opinión autorizada, así como una señal a la mayoría demócrata en el Congreso.
El significado de esta advertencia es que el Presidente Electo no parece estar dispuesto a invertir capital político para impulsar un acuerdo de libre comercio con Colombia. Por diferentes motivos, el actual gobierno colombiano goza de poca simpatía entre sectores influyentes del partido demócrata, tales como el movimiento sindical americano, el mundo académico y las entidades no gubernamentales que se ocupan de los derechos humanos. No será fácil cambiar esa situación a corto plazo con campañas de relaciones públicas. Además de que la magnitud de la crisis en Estados Unidos implica asignarle atención prioritaria a reactivar la economía, la estrategia gubernamental colombiana respecto al TLC ha sido poco afortunada.
Se perdió un tiempo precioso durante la negociación por cuenta del proteccionismo agropecuario, pretendiendo modificar la legislación agrícola estadounidense antes de firmar el TLC.
Este es un ejemplo de heridas auto infligidas, pero no es el único. En días pasados tuvo lugar una imprudente arremetida gubernamental contra Human Rights Watch y Amnistía Internacional. Si se hubiera deseado obstaculizar el TLC con Estados Unidos y perjudicar la imagen internacional del país, habría sido difícil concebir una maniobra más eficaz.
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