Una de las últimas diligencias que hiciera en vida la religiosa retirada María Ofelia Echeverri Gómez fue denunciar el robo de un Cristo al que solía vestir con el empeño de las rezanderas.
La señora, de 69 años, alcanzó a decir en un despacho judicial -sin saber que esa sería la clave para esclarecer su propio homicidio- que el Crucifijo que le habían hurtado medía un metro de alto y tenía los ojos curiosamente abiertos.
Pero no pasaron muchos días para que doña María Ofelia apareciera muerta en la sala de su casa, con 14 heridas de arma blanca, según el acta de inspección a su cadáver.
Desde aquel 22 de abril de 2008, hasta el pasado jueves, a las 6:00 de la mañana, no se volvió a saber nada del Cristo al que tanto reverenciaba la monjita.
La efigie tallada fue encontrada por agentes de la Sijín de la Policía, colgada en la casa de Amparo A.G., una abuela de 73 años, sobre quien pesaba una orden de captura por el delito de concierto para delinquir agravado con fines de homicidio y estafa.
A la misma hora, y en diferentes viviendas, se hicieron efectivas siete detenciones más, dirigidas a cuatro hijos de la anciana capturada. Ellos son: Amparo G.A., de 55 años, y a quien debieron hospitalizar por una dolencia de corazón; Silvia G.A., de 50; Rocío G.A., de 53, y Dany G.A., de 33. Y tres nietos: Saúl, de 29 años; Jenny, de 26, y John, de 25.
¿Pero qué tenía qué ver el clan familiar con una religiosa que por su soledad bien pudo permanecer un par de días muerta sin que lo notaran sus vecinos? Para los investigadores, mucho.
Según la Fiscalía General de la Nación, todo comenzó cuando la monja María Ofelia puso en venta su casa ubicada en la carrera 29 No. 40 A 62, del barrio La Milagrosa.
Aquí es cuando aparece por primera vez Amparo G.A. (según la tesis del ente acusador) quien no solo se ofreció a comprarle el inmueble a la desprevenida mujer, sino que se mostró tan cálida, tan preocupada, que doña Ofelia terminó entregándole las llaves de su domicilio antes de cerrar el negocio.
Además -se extrae de la investigación- Amparo llevó a su víctima adonde Rocío, la hermana, quien supuestamente por esos días estaba vendiendo una casa pequeña, que se acomodaba más a las necesidades de la religiosa. Doña María Ofelia entonces se animó y comenzó a pagar por cuotas la que soñaba sería su futura residencia.
Pero ni recibió el dinero que le prometió Amparo, ni obtuvo las escrituras públicas de parte de Rocío. Lo que sí consiguió fue que se le metieran a robarle todos sus enseres, mientras asistía a una cita médica, incluyendo el venerado Cristo.
Fue por eso que doña Ofelia denunció tanto el robo como la estafa en la Fiscalía, lo que devino en una citación de conciliación programada para el 23 de abril de ese año. No obstante, la diligencia no se llevó a cabo porque justamente un día antes, la denunciante apareció sin vida en la vivienda que paradójicamente ya no era suya y a la que los asesinos accedieron sin haber forzado la cerradura.
En uno de los allanamientos a las propiedades de esta familia implicada en cinco homicidios más, los policías encontraron un viejo recorte de periódico que decía: " El cadáver de una ex monja fue hallado en La Milagrosa ".
También descubrieron una pila de escrituras públicas, "promesas de compraventa e incluso fotocopias de las cédulas de algunos de los muertos", detalla un investigador.
Querían usar cianuro
Pero el relato de la Fiscalía, que bien podría hacer parte de una novela de terror, no termina ahí. William de Jesús Álvarez Vélez, director del Parque Biblioteca de Belén, fue asesinado el pasado 30 de junio, dos días después de haber recibido un cheque de gerencia de manos de la misma Amparo, por la venta de su casa.
Dice la investigación que William le comentó a la mencionada mujer que iría por última vez a la vivienda por un cuadro que no se había podido llevar. Amparo, declaró el Fiscal del caso, le recomendó a un par de muchachos conocidos para hacer el acarreo.
El bibliotecario aceptó sin imaginarse que esos mismos jóvenes serían sus verdugos. "A William lo llevan a la sala. A la esposa hasta el garaje. A ella le reclaman y le preguntan dónde tiene un bolso beis en forma de barco y una agenda", se extrae del expediente.
En una llamada telefónica, interceptada el 30 de junio de 2010 a las 19:00 horas, en la que aparecen como interlocutoras las hermanas Silvia y Amparo, una de ellas reconoce haber quemado una agenda y se muestra preocupada porque no se le ha dado muerte a la esposa de William, según infieren los funcionarios judiciales.
De hecho, el día del entierro de este hombre, es decir, en medio todavía del dolor familiar, Amparo habla (a las 11:37 a.m.) con un joven que se identifica como Sebastián y le dice:
"Ni siquiera la tocaron (a la esposa del bibliotecario, según la interpretación de la Fiscalía) nosotros le habíamos advertido que era a los dos, a todos dos", dice.
Ese día, la mujer a quien hacen alusión no pudo enterrar a su esposo, pues en los audios se escucha que pretendían atacarla en desarrollo del cortejo fúnebre que llegó al Cementerio Campos de Paz.
Pero aquí no acaba la historia. El 28 de julio, Amparo habla con alias "Peluca" sobre un posible atentado dirigido otra vez a la esposa de William, con ocasión de la celebración de la primera Misa que se realizaría en Capillas de San Juan, en Medellín (leer recuadro).
Peluca : "Por eso le digo, si usted quiere le inyectamos el cianuro", dice luego de explicar que tiene dañado el resorte del silenciador.
Amparo: "Mijo, si usted sabe que eso es efectivo, hágale". Las autoridades por supuesto evitaron que la posible víctima fuera a la Misa, y le brindaron protección.
En los seguimientos que se le hiciera a la familia implicada en los homicidios y en las estafas, los agentes advirtieron de varios viajes que hacían a San Andrés, Cartagena y El Salvador, donde pasaban días de veraneo.
A medida que avanzaban las investigaciones, abogados de la Fiscalía iban encontrando más conexiones entre asesinatos aparentemente ejecutados por delincuencia común, con negocios inmobiliarios en los que quedaban como propietarios personajes del mismo árbol genealógico.
La manera en la que supuestamente operaban tenía un patrón de comportamiento. Luis Ángel Rodríguez, de 77 años, por ejemplo, fue con su hermano a una Notaría de Medellín a firmar, con Rocío y su hija Jenny, la venta de su patrimonio.
"Allí se encuentran con las damas quienes les ofrecen un tinto. Luego de que se lo toman comienzan a sentirse mareados. Los hacen subir a un taxi con la promesa de que les darán en otro sitio el resto del pago", se relató el viernes en la audiencia del caso.
Una vez llegan a la carrera 26A con calle 47, aparecen dos sicarios que acaban con la vida de don Luis Ángel. Su hermano sobrevive.
Y es que en este voluminoso proceso se lograron documentar dos tentativas de homicidio. El 4 de marzo de este año fue muerto a tiros José Virgilio Gómez Vanegas, un comerciante avícola que también hizo negocios con la familia en cuestión.
En ese incidente su esposa recibió varios disparos, incluso en el rostro, lo que le ocasionó la pérdida de un ojo.
A todos los miembros de la familia involucrada en los crímenes, les dictaron medida de aseguramiento en centro carcelario. Ellos, sin embargo, no aceptaron cargos. En silencio, con cierta tranquilidad que salía de sus rostros, escucharon el relato del Fiscal. Una historia que dejó frías a las víctimas que asistieron a la sala de audiencias.
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