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Le vendo la droga para calmar el dolor en el alma

  • Ramiro Velasquez Gómez | Ramiro Velasquez Gómez
    Ramiro Velasquez Gómez | Ramiro Velasquez Gómez
22 de julio de 2010
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Que el alma duele, sí y mucho. Quizás desde que el humano es humano, cobró vida. Es ese dolor que nace del rechazo social, sea en las relaciones comunitarias de la escuela o el trabajo, o en esa falta de aire cuando se padece un abandono sentimental sin razones.

Decía Aristóteles que nadie elegiría una vida sin amigos así tuviera todos los bienes posibles.

La conexión social es tan básica como el aire, el agua y los alimentos. Lo habían advertido investigadores como Naomi Eisenberger y Matthew Lieberman en un amplio texto en el que describieron la superposición neurocognitiva entre el dolor físico y el social. No se ría: los dos duelen de verdad.

Y así como las mamás y los amigos sugieren hacerse el fuerte, olvidar pronto o moverse hacia otros ambientes, existe otra medicina para aliviar el dolor del alma, así sea de manera temporal.

Si le duele el alma, tómese una tableta de acetaminofén y listo Calixto.

Los dos dolores, el físico y el social o moral, quién creyera, se superponen en el cerebro, por lo que aquello que alivia uno podría atenuar el otro.

No parece descabellado sentir dolor social, pues hasta el idioma está repleto de vocablos que establecen la relación, un hecho que parece universal según McDonald y Leary en 2005.

No es raro que los excluidos o rechazados hablen de corazón roto, corazón partido, puñal clavado, dolor en el alma y muchas expresiones similares, que se tienen en todos los lenguajes.

C. Nathan De Wall y colegas analizaron el fenómeno y publicaron un artículo en Psychological Science (edición de julio) en el que demuestran que el acetaminofén cura por un tiempo el dolor social. Increíble, ¿no?

Si la asociación idiomática era sólo metafórica o iba más allá, indicaría que lo que alivia el dolor físico sería útil para el social. En un estudio con voluntarios que tomaron acetaminofén o un placebo, se encontró que quienes ingerían el primero expresaban menos sentimientos de dolor social.

Tan interesante como el hallazgo, resulta la explicación. Para De Wall y colegas los sistemas traslapados del dolor físico y el social conferían una ventaja a nuestros ancestros: como los mamíferos tienen una prolongada infancia, durante la cual no se pueden defender por sí mismos, mantener las conexiones sociales en edad temprana era vital para la supervivencia: al sentir dolor por la separación, se buscaba la reunión. En estudios con macacos, Harlow demostró que infantes separados de sus madres preferían la opción de una madre subrogada que les brindaba comodidad, a un dispensador que les entregaba comida.

No es para recetar pastillas a quien sufre exclusión y aunque no faltarán cínicos que tras su burla entreguen el acetaminofén, ahí está esa ayuda extra y temporal mientras como ocurre en medicina, se resuelven las causas del dolor, que en ocasiones genera agresividad, estado que de paso podría reducirse.

El dolor del alma existe. Le vendo la fórmula para aliviarlo, pero ojo con los efectos secundarios.

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