El recién elegido presidente de México, Enrique Peña Nieto , tiene dos tareas de trascendencia en sus manos: recuperar el orden público de su país y demostrar que el PRI, su partido, no es la misma organización absolutista que gobernó durante 71 años.
Ninguna de las dos serán fáciles. La primera, porque los niveles de delincuencia a los que ha llegado México superan cualquier media de las que haya vivido ese país, con incrementos en frentes que siente la ciudadanía de a pie: extorsión, robo a mano armada y homicidios.
Lastimosamente la guerra frontal a los narcotraficantes que impulsó el presidente Felipe Calderón no ha dado sus frutos tan rápido como quisiéramos todos, y eso ha llevado a que la sensación de impotencia y temor de salir a la calle se haya apoderado de los mexicanos; lo que sin duda alguna menguó las posibilidades de que la candidata del PAN, Josefina Vásquez Mota , pudiera suceder a su copartidario. En un país donde los partidos tienen claramente sus fronteras demarcadas, pesan sus colores y sus banderas para bien o para mal.
Peña Nieto no tiene una varita mágica para solucionar el problema y así como en nuestros peores momentos en Colombia, los dirigentes compartían la misma impotencia que la ciudadanía, pasarán años para que el problema se resuelva en México. La inseguridad no va a ceder sólo por la llegada del PRI al poder.
La sociedad mexicana tiene que demostrar que no es la misma que existía en tiempos de Salinas de Gortari y que la ciudadanía de hoy es más vigilante y reaccionaria. Muestra de lo anterior la dio el movimiento de origen estudiantil Yo soy 132, que desafió al establecimiento económico y mediático. Eso bien lo sabe Peña Nieto y debe tener cuidado con cada una de sus acciones porque tendrá encima millones de ojos vigilando que el regreso del PRI no sea el del viejo partido de Salinas.
Al PAN también le quedan lecciones por aprender: la primera es que la atomización produce estragos. Haber visto al expresidente Vicente Fox (del PAN) invitando a votar por el candidato del PRI dejó un sinsabor que no hay forma de explicarlo; el mismo que quedó ante el tímido respaldo de Calderón a la candidata de su partido, quien desde las primarias ya había señalado a otro aspirante.
Pero si algún actor tiene compromisos luego de la jornada del 1 de julio, es el PAN; que debe recordar el papel de opositor que ejerció durante los gobiernos del PRI, época conocida como la 'dictadura perfecta'. Si no hay control político en el Congreso ni contrapeso en las regiones, muy seguramente los ávidos de poder absoluto tratarán de apoderarse de entidades que hoy dan garantía de democracia, como el Instituto Federal Electoral.
Obviamente la tarea de cualquier gobernante va a estar determinada por la política, pero en este caso, Enrique Peña Nieto tendrá que dar golpes en esa vía y usar su peso político para demostrar que él no es un títere de su partido ni un muñeco de ventrílocuo como lo han vendido sus opositores; sino la nueva generación de un nuevo PRI, como se ha vendido él mismo.
@carlosaperez
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