No dejan de publicarse artículos que promocionan cursos de lectura rápida. De repente sorprenden los titulares que dicen: “Lea todo lo que quiere leer en minutos” o “Leer con prisas” que repiten con gran intensidad palabras como “rendimiento”, “productividad”, “velocidad” y otras palabras que tanto emocionan a los afanados de hoy.
Cuando leo cosas como “Anne Jones, una de las ganadoras habituales de concursos de lectura rápida, se leyó “Harry Pottery las reliquias de la muerte” en 47 minutos y un segundo”, más que envidia me genera náuseas, vértigo. Pienso en cosas como Fulanito de Tal se comió 15 platos de paella o 70 perros calientes en 10 minutos. Leer así debe indigestar, comer así, supongo, no alimenta ni da placer.
Por lo general los consejos que dan los “expertos” de la lectura rápida van en contra de una buena lectura. Miremos un par de enunciados con mis propias interpretaciones: Mide la velocidad a la que lees. Cuando leo no me importa cuánto tardo. ¿Para qué el tiempo si cuando leemos lo que queremos es abstraernos de él? Si se lee bien, si logramos meternos dentro de alguna historia lo que menos se mira es el reloj. Cuando se lee no se compite con nadie.
Decide qué estás buscando. Casi siempre cuando me acerco a un libro lo único importante es que la historia misma me sorprenda. No busco nada y al final me doy cuenta de que encontré justo lo que no estaba buscando y eso me gusta más que encontrar lo que supuestamente buscaba. Leer un libro de forma desprevenida pocas veces decepciona.
No releas. ¿Cómo resistirse a leer otra vez una palabra que no se conoce, una frase que nos iluminó los ojos, una página que probablemente nos cambiará la vida? Si alguna advertencia es estúpida en asuntos de lectura es esa. Cuando se lee bien, vale la pena detenerse a pensar, vale la pena volver sobre todo lo que se quiera del texto.
No leas en alto en tu cabeza. Los “maestros” de la lectura rápida dicen que es una pérdida de tiempo. Yo no lo creo así, cuando lo hacemos es porque mentalmente estamos buscando la sonoridad de las palabras, su cadencia. Las palabras están hechas para pronunciarse, para ser únicas, no para comérselas todas de un mordisco como si supieran igual.
En todas partes te venden prisa, te quieren hacer creer que entre más cosas hagas en un día más productivo eres. No siempre el afán es un buen consejero, eso lo aprendí de Aurita López, esa mujer que siempre ha soñado con que algún día le vendan un curso de lectura lenta porque los cursos de lectura rápida lo único que inspiran son desconfianza.
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