Los otros ojos de la viuda Soledad son los de Carlos Enrique, el hijo ciego de nacimiento que se convirtió en su lazarillo para cuidar a otros tres hijos que no pueden valerse por sí mismos porque padecen una enfermedad incurable.
La situación, agudizada por una pobreza extrema, la deprime, pero Carlos, despierto, locuaz y reflexivo, la alienta.
En el pequeño cuarto de una casa inconclusa de El Picachito, la madre los mima y Carlos los repasa como si pudiera verlos. Ante sus ojos nublados están María Victoria, de 39 años; César, de 26; y Jorge Iván, de 22 años.
Sus cuerpos no reflejan los años de vida, porque tienen fisonomía de niños, uno de los efectos de la enfermedad que padecen: Síndrome de Morquiu.
El mal les detiene el crecimiento (no miden más de 85 centímetros) y les impide su movilidad. Sola dice que la enfermedad les produce dolores en las piernas, brazos y tronco. "Es progresiva, mas no reversible", afirma.
Ella tiene que estar pendiente de todas sus necesidades básicas: los baña, los peina, los viste, les lava los dientes, los carga hasta la puerta para que puedan tomar unos minutos de sol, en fin, todos los cuidados que no pueden hacer solos.
"Me acaparan todo el tiempo, el cuidado es permanente, tengo que venir carrereada de la calle a hacerles alguna sopita", dice.
Por esos días los tres están enfermos, pero la salud económica de Sola también desmejoró y contagió todos los rincones de la casa. El diagnóstico es de cuidado: le quitaron el agua desde el pasado 2 de abril, tiene el teléfono cortado hace más tiempo y las deudas la asfixian.
La energía eléctrica la obtiene por el sistema prepago, y para el aseo de sus muchachos se defiende con el agua que le regala un vecino a través de una manguera que le extiende desde su casa.
Para atenuar los males de sus muchachos debe suministrarles antibióticos permanentes, y sólo se defiende con el sisbén para la atención médica, aunque, advierte, hay un tipo de droga que no cubre el sistema (para la artritis reumatoidea de Vicky) y tiene que rebuscársela.
No sólo su chica le demanda más cuidado. "A Iván hay que hacerle curación, tiene una alergia en el cuello, se inflama y se pela", dice.
A la caridad callejera
¿Y cómo los sostiene? Sola, quien enviudó hace 7 años y quien tiene otros 3 hijos que pueden ayudarle muy poco por sus obligaciones, admite que su salida ha sido la caridad pública.
El único ingreso seguro con que cuenta son 120.000 pesos de una ayuda que le entrega Bienestar Social por el caso de Vicky, y por eso tiene que salir en los ratos en que puede hacerlo para no dejarlos mucho tiempo solos. "Si no salgo no tengo qué darles", admite Sola, quien casi siempre se acompaña de Vicky.
Tal vez el lugar que más frecuenta, es el primer nivel de las escaleras que comunican la zona interior de la antigua Estación Cisneros con el costado oriental de la plazoleta de La Alpujarra.
En el sector la conocen funcionarios y visitantes y reconoce que hay gente de buen corazón que le colabora. "Algunos me dicen: 'usted está explotando a esa niña, esa no es suya y la alquiló, es una aprovechada', y lo tiran a uno al piso", se queja.
El "filósofo" antidepresivo
Aunque ha sido valiente, afirma que la situación le hace pasar momentos críticos: "Me deprimo mucho porque me siento sola y veo a los niños día a día con esta enfermedad", cuenta.
A la madre le preocupa (porque cree que sus 58 ya son muchos años), que "si yo me muero, cuál será el futuro de ellos".
En esos momentos crecen la figura y el papel de Carlos Enrique, quien quisiera aportar en lo económico, pero no puede por su ceguera que no le impide ver por ellos. "Por lo menos sale tranquila porque los muchachos quedan en buenas manos y cuando regrese los va a encontrar bien".
Apasionado por la radio y los programas noticiosos, deportivos y sobre medicina, él les conversa, los saca a la puerta y los entretiene.
En sus soledades, no se quejan ni maldicen por su suerte. Vicky pregunta "cuánto cuesta que la casa quede revocada, pintada y con balcón".
Como es la que más "sale", ella le cuenta de las cosas que ve en la calle, y al volver a casa le gustan las novelas y los programas de humor.
Iván es feliz con un radio para escuchar música popular, y para complacer a Vicky con baladas, pero el que tenía se dañó.
Y Carlos, quien para una vecina es un filósofo sin cartón, contrasta que "un puente festivo (como este) es placer para muchos, y para mamá es una pena porque el lugar donde se rebusca se queda cerrado y sin gente".
Ahí están con lo justo, en un cuarto sencillo, lo que para la madre "son montoncitos de vida que esperan de la gente".
Ellos -anota Sola- están enfermos, pero sueñan seguir viviendo y no acepta que la ayuda pueda ser entregarlos a alguna institución. "Cómo los voy a arrancar del amor de la casa, estaré a su cuidado hasta el final", exclama.
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