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Los dos señores

27 de diciembre de 2008
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Señor es el dueño de algo, el que tiene dominio o propiedad. En la Biblia señor es quien tiene soberanía o dominio, el que es amo, el que dispone de alguien o de algo. A Dios se le llama Señor, el que tiene señorío hasta el punto de que, por su grandeza, su nombre es inefable. A Jesús lo llamamos el Señor por su poder. Le es atribuida la misma soberanía que a Dios, porque tiene poder "de someter a sí todas las cosas" (Fil. 3, 21). Gran elogio decir de alguien que es "todo un señor", "toda una señora". Más que todo un señor, Jesús es el Señor del universo. De Él le viene el señorío a todo ser humano.

La vida es juego de señoríos. "Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro? No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt. 6, 24). El hombre del siglo XXI corre con locura detrás de ellos. Detrás del señorío del dinero. Con frenesí de idólatra. O detrás del señorío de Dios. Con apasionamiento de adorador.

Idolatría y adoración van de la mano. El idólatra adora lo que sus manos construyen. El adorador reverencia con sumo honor o respeto al ser que considera divino, es decir, a Dios. Establece un vínculo de dependencia y sumisión con el señor a quien adora. Reconoce su señorío, se somete a su vasallaje. El hombre ha sucumbido siempre a la tentación de fabricar sus dioses. No puede vivir sin adorar. Quien adora dioses fabricados por sus manos, se vuelve inerte como ellos. Quien adora al Dios del cielo, se vuelve divino como Él.

Asistimos a la globalización frenética de la codicia. ¿Es el hombre señor del dinero? ¿Es el dinero señor del hombre? Los medios de comunicación describen el señorío arrasador del dinero. Tiene ojos y no ve, oídos y no oye, pero su señorío inerte arruina vida y hacienda. Despiadado señorío el del dinero.

El amor sujeta el amante al amado. Quien ama el dinero, se vuelve cosa. El amor a Dios vuelve al hombre divino. "Cuanto mayor es el amor, es tanto más impaciente por la posesión de su Dios, a quien espera por momentos de intensa codicia" (S. Juan de la Cruz). Sólo Dios, el Señor, es digno de amor, y con Él todas las cosas. Amor sin apegos, invitación del místico al hombre actual.

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